Bryan era el menor de cuatro hermanos, un joven rancagüino que desde pequeño se destacó por su sencillez, humildad, cariño y generosidad. Sus seres queridos lo recuerdan como un chico respetuoso con disposición para ayudar siempre, cualidades que lo acompañaron hasta sus últimos días. Con esfuerzo y dedicación, logró una beca del 100% en Inacap y en octubre de 2024 se matriculó en la carrera de Ciberseguridad, lleno de sueños, ilusiones y metas por cumplir. Sin embargo, a los 20 años, su vida se apagó, víctima de complicaciones derivadas de su asma crónica y epilepsia.
El domingo 15 de diciembre, Maribel Gutiérrez, su madre, recuerda la mañana como si ocurriera en cámara lenta. Bryan estaba en la cocina, con la mirada baja, empapado de sudor y con la respiración entrecortada. Apenas pudo decir: “Mamá, no me siento bien, no puedo caminar, no veo”. Mientras su madre buscaba el líquido para nebulizarlo, Bryan intentó llamar a la ambulancia en dos ocasiones; aunque le aseguraron que acudirían, nunca llegó.

Sin tiempo que perder, Maribel, junto a una amiga, lo subió al auto y emprendió un viaje urgente hacia el Hospital Dr. Franco Ravera Zunino, respetando cada semáforo aun cuando su hijo comenzaba a sufrir su primer paro respiratorio. Al llegar al hospital, los paramédicos y doctores hicieron todo lo posible por reanimarlo, pero fue demasiado tarde. Bryan sufrió un segundo paro y se confirmó su muerte cerebral. Esa mañana marcó un quiebre en la vida de su familia: La partida de un hijo que siempre había dado amor y alegría.
Su madre menciona que, en su niñez, Bryan había estado internado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Regional de Rancagua, por crisis de asma fulminante, pero siempre había logrado recuperarse. Sin embargo, esta vez no fue así.
La pérdida fue devastadora para Maribel, quien no podía imaginar seguir viviendo sin su hijo menor. El lunes 16 de diciembre de 2024 le realizaron un electroencefalograma. “Estábamos mis tres hijos mayores y yo —Cristhian, Pablo y Bastián—. Cuando comenzó el examen, ya sabíamos cómo funcionaba; mirábamos la pantalla y no había ningún movimiento. La enfermera golpeaba fuerte las manos junto al oído derecho de mi hijo y no había ninguna respuesta. Ese día mi vida cambió 180 grados. Hace cinco años y un mes había perdido a mi marido, y ahora me tocaba ver partir a mi hijo” menciona.
“A medida que pasaban los días, veía cómo la mirada de mi hijo iba cambiando. El miércoles 18 de diciembre, por la tarde, el doctor Nicolás Vásquez nos reunió como familia y nos dijo que ya no había nada más que hacer. Que Bryan tenía muerte cerebral y no iba a volver. Fue un dolor tan grande que sentí como si me hubieran enterrado un puñal en el corazón” recuerda Maribel.

En medio del dolor, María Ignacia Villegas Gómez, enfermera de la Unidad de Procuramiento, se acercó a la familia y, con profunda humanidad y empatía, les habló sobre la donación de órganos. Gracias a la decisión de sus seres queridos, la historia de Bryan trascendió la pérdida: su corazón siguió latiendo en un joven de 20 años, sus riñones dieron nueva vida a dos adolescentes y su páncreas permitió que un niño de apenas cuatro años tuviera una segunda oportunidad. Así, incluso después de partir, Bryan continuó regalando esperanza y vida.
Con el paso de los días, el dolor por la pérdida de Bryan se volvió insoportable para su madre. “Me culpaba por no haberlo salvado, por no haber sido más rápida”, recuerda. Una noche Maribel tuvo un sueño en el que sentía a su hijo tomándole las manos y diciéndole: “Hiciste todo lo que pudiste. Yo ya tenía que partir. Venía de paso”. Esas palabras le devolvieron paz y le recordaron que, incluso ausente, Bryan seguía guiando su camino.
Su historia demuestra que, aunque la vida sea breve, la generosidad puede trascender, y que donar órganos es mucho más que un acto médico: Es un regalo de vida y esperanza.