La palabra “trabajo” proviene del latín “tripalium”, vocablo que remite a un dispositivo de suplicio, conformado por tres palos o estacas, utilizado en la antigua Roma como mecanismo de tortura. Comúnmente, el trabajo que se hace con el cuerpo, sometiéndolo a los rigores de la naturaleza, a las dificultades del medio, al tedio enajenante de la repetición, generalmente a cambio de poca o casi nula retribución, lo asociamos al sacrificio.
Las labores agrícolas, que en la región de O’Higgins aglutinan al 15% de las personas ocupadas, cuyas remuneraciones se encuentran por debajo del promedio regional, tradicionalmente y hasta hoy, por sus características, por estar vinculadas al campo y a la tierra, a la siembra, al cultivo y a la cosecha, a la intemperie, las relacionamos con el trabajo duro, donde la fuente etimológica “tripalium” cobra total sentido.
En sociedades como la chilena, que en los últimos 30 años ha experimentado un proceso de modernización acelerado, las personas, sobre todo las más jóvenes, con mayores niveles de educación, muchos de ellos profesionales o en vías de profesionalización por el acceso casi universal a la educación superior, buscan incorporarse al mercado del trabajo en puestos acorde a su nivel de formación, concibiendo los espacios laborales como lugares de desarrollo personal en base al esfuerzo en vez del sacrificio que orientó las trayectorias de sus antepasados.
Así, en sectores productivos como el agro, intensivo en ocupaciones elementales, emergen tensiones laborales asociadas a las dificultades de contratación. Frente a esto, la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA), en un registro conservador y cortoplacista, plantea la alternativa de “regularizar migrantes”, quienes, por sus condiciones, están dispuestos a realizar trabajos elementales, muchas veces extenuantes y con baja remuneración, esos trabajos que la población local, cada vez más, no está dispuesta a ejecutar.
Una alternativa a lo anterior, más de largo plazo, guarda relación con sofisticar la cadena productiva agraria, incorporando nuevas tecnologías relacionadas con la automatización, la robotización y la digitalización, que requieren menos trabajadores pero con mayores niveles de cualificación, lo que impactaría positivamente en la productividad, modernizando un sector que sigue anclado materialmente al packing y culturalmente al sedimento simbólico de la hacienda, en la que descansó la estructura social chilena desde la colonia, espacio en el que algunos parecen más cómodos que otros.






