Como en el fútbol, a veces un mal resultado basta para cambiarlo todo. Así fue como Estadio Seguro cerró sus puertas, tras el doloroso fallecimiento de dos niños que solo fueron a alentar a Colo-Colo. Aquel domingo de abril no solo dejó luto: también dejó al descubierto la fragilidad de una política que llevaba catorce años prometiendo seguridad en los estadios y nunca logró consolidarse.
Estadio Seguro nació en 2011, en el primer gobierno de Sebastián Piñera, con la Ley 19.327. Desde entonces, actuó como coordinador, supervisor y emisor de lineamientos. ¿Pero qué pasó en todo este tiempo? Cada vez que había violencia en los estadios, los dedos apuntaban en todas direcciones: a los clubes, por no invertir; al Estado, por no guiar. Nadie asumía nada. El programa se volvió rutina, parte del paisaje, sin preguntas de fondo ni voluntad de enmendar rumbo.
Entre 2023 y 2024 recibió más de mil millones de pesos. ¿Qué se hizo con ese dinero? ¿Se midieron resultados? ¿Existían metas claras? ¿Se evaluó alguna vez su impacto real? El cierre fue abrupto, sin informe final ni reflexión pública. ¿Quién rinde cuentas? ¿Podemos aceptar que un programa así termine de un día para otro, sin que aprendamos nada?
Durante años, Estadio Seguro funcionó con lógica burocrática más que con eficacia política. Si en sus primeros años no mostró avances concretos, ¿por qué siguió funcionando una década más? Nadie ha explicado si logró lo que se propuso. Tal vez, ni siquiera sabemos con precisión qué se propuso.
La literatura habla de organizaciones “hipócritas”: aquellas que simulan racionalidad sin evaluarse nunca. Y no es solo Estadio Seguro. Hay muchas oficinas públicas operando sin metas, sin datos, sin mecanismos para revisar qué hacen y cómo lo hacen. Son políticas que parecen activas, pero funcionan en piloto automático.
El 14 de abril sonó el último silbato. Estadio Seguro se fue sin rendición de cuentas, sin lecciones aprendidas, sin decirnos qué falló. Y lo más grave: sin dejar aprendizajes que eviten repetir los mismos errores. El Estado, otra vez, cerró una puerta sin mirar atrás.