Por Ingrid Torrealba
Desde Naranjal, una localidad rural de San Vicente de Tagua Tagua, el cineasta Diego Pallamar ha levantado un proyecto autogestionado y persistente. Su trabajo, centrado en los personajes marginados y las historias invisibilizadas, ha logrado romper barreras en la región de O’Higgins, apostando por un cine emocional, real y profundamente humano.
“El cine es magia”, afirma sin dudar Diego Pallamar, cineasta y publicista nacido en Naranjal, una localidad rural de la comuna de San Vicente de Tagua Tagua, región de O’Higgins. Con voz pausada y mirada decidida, Diego reconstruye su historia desde el inicio: “Mis papás me regalaron una cámara el 2010, y eso hizo clic en mí. Desde entonces, todos los días me despierto con más interés por esto”.
Pallamar reconoce que sus orígenes no fueron fáciles. “Ser un simple sanvicentano no te hace nunca el camino tan fácil. De hecho, soy más bien naranjalino, y desde ahí el mundo se veía muy lejano. La ciudad de San Vicente me queda a veinte minutos, imagínate lo lejos que se veía el cine desde ahí”, reflexiona. Ese distanciamiento geográfico y simbólico lo llevó a escribir y dirigir Cómo cambiar el mundo, su primer cortometraje, que precisamente narra esa sensación de distancia entre los sueños y la realidad de los territorios.
En su camino profesional, Pallamar estudió brevemente comunicación audiovisual antes de titularse en publicidad. Sin embargo, fue su vínculo con la dirección lo que prevaleció. “Terminé co-dirigiendo spots comerciales casi por instinto. No era lo que me correspondía como publicista, pero lo hice porque había una pasión natural”.
Hoy se define como “contador de historias”, y en su más reciente proyecto fusiona dos mundos aparentemente opuestos: el western y el documental. “Soñaba desde chico con hacer una película de vaqueros. En el campo esas películas tienen un valor emocional gigante. La gente se ponía apodos de personajes, los niños jugaban con escobas como si fueran caballos. Para mis papás, para mis abuelos, esas historias significaban algo profundo”, recuerda.
Fue entonces cuando conoció a Don Ramón, un vecino de 76 años, cuya presencia lo inspiró de inmediato. “Cuando lo vi, supe que él tenía que ser el protagonista. Y ahí comenzó el desafío: unir mi sueño del western con el documental, con la realidad que representa él. Vamos a poder ver una lucha inédita entre lo documental y lo creativo”, adelanta sobre el filme que prepara junto a su equipo de Hoy Films.
El estreno está proyectado para agosto, en una instancia que será mucho más que una proyección. “Quiero hacer una avant-première con alfombra roja, donde Don Ramón reciba todos los aplausos que merece”, asegura. La primera parada será el Teatro Municipal de San Vicente, pero Pallamar espera llevar el filme a otras comunas. Posteriormente, estará disponible en plataformas digitales de forma gratuita, y en paralelo, se postulará a festivales de cine, pese a las dificultades. “Postular no es simplemente enviar un video. Cuesta plata, cuesta tiempo, y como esto es autogestionado, vamos piano piano”.
La comunidad local ha respondido con entusiasmo. Su primer avant-première logró llenar el teatro municipal, algo inédito en San Vicente. “Fue impensado para mí. Hicimos una mini gira por colegios también. Pero ojo, cuesta mucho. La gente se olvida rápido y esto no es cine de famosos. Son historias de personas marginadas, desconocidas, como yo”, afirma con crudeza.
Respecto al apoyo institucional y el panorama del cine emergente en la región de O’Higgins, Pallamar no se hace ilusiones: “Nunca ha habido apoyo suficiente, y dudo que lo haya pronto. En Chile hay mucho protocolo y poco apoyo concreto. Por eso prefiero la autogestión. No soy amigo de andar tocando puertas para que la obra vea la luz tres años después. Este tipo de historias hay que contarlas ahora”.
El futuro, dice, es incierto. “Difícil pensar dónde estaré en cinco años. A veces ni sé qué haré mañana. Pero me encantaría seguir contando historias de personas marginadas, no desde el cliché, sino desde lo que realmente vivo y veo. Yo nací en un pueblo rural, y ahí están los verdaderos olvidados”.
Finalmente, cuando se le pregunta por un consejo para los jóvenes de la región, Diego lo resume todo en una frase: “Soñando se empieza. La creatividad es un músculo, y hay que ejercitarlo. Perfeccionarse todos los días y nunca cansarse de aprender”.
Porque para él, el cine sigue siendo lo que fue desde aquella primera cámara: un acto de fe, una forma de resistencia, un canal para dignificar las voces que nadie escucha. O como él mismo dice: “El cine es magia. Y esa magia puede comenzar en cualquier parte, incluso en Naranjal”.