¿Tendremos en un futuro no muy lejano que convivir con “homorobot” tal como lo hace el treintañero Charlie Friend?, de la novela Máquinas como yo de Ian McEwan.
McEwan instala la trama en los años 80 cuando Inglaterra ha perdido la guerra de las Falklands contra Argentina y el gobierno de Margaret Tatcher que funciona como un trasfondo que se difumina al igual que la existencia de Alan Turing que no se había suicidado y que permitió el desarrollo de la IA y que resolvió los problemas matemáticos que impedían a los robots el acceso a la consciencia. Lo interesante de esta trama es que el trasfondo permite visualizar que el presente de esa historia juega con el tiempo en una realidad distópica que cuesta asimilarla, pues la trama y los personajes son en esencia casi seres humanos que funcionan en los 80, pero tienen un androide que bien podría ser una existencia de un futuro no claro.
Charlie, después de muchas vicisitudes personales dilapida una herencia en comprarse un Adán, un androide que le permitirá tener compañía y que será parte de un triángulo afectivo, sexual y social entre Miranda, la mujer de carne y hueso de la cual Charlie está “enamorado”, vive en el piso superior, tiene una relación ambigua con su propio pasado, que lentamente se va dilucidando en el transcurso de la novela.
Adán, el “homorobot” llega a las manos de Charlie en una caja con las instrucciones para completar un límite específico de características sociales que los dueños quisieran incorporarle, Charlie decide que él pondrá la mitad de esas características y Miranda la otra parte.
Adán junto a Eva eran la primera generación de robots humanoides. La apariencia de este androide es “humana”, no es biónica, este hecho es clave de la novela, pues así McEwan nos integra a una situación familiar que se da entre Miranda, Charlie y Adán y que nos permite participar como lectores de una historia atractiva y reflexiva respecto de lo que podría significar la realidad del ser humano con estas máquinas que estarán entre nosotros y a lo mejor no seremos capaces de diferenciar de la realidad humana.
Un punto de análisis, más allá de la historia, es distinguir la singularidad que Adán tiene y ejecuta con una lógica sin fallas cuando debe actuar en favor de la “justicia”. Determinar si Adán actuó con una ética adquirida en su autoaprendizaje de la existencia imperfecta de nosotros es el quid de esta gran novela.