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Columnas de Opinión

Tres tristes triunfos truncados

MARTES, 16 DE AGOSTO DE 2022


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Vengo a contarles de tres tristes triunfos truncados, en las personas de Pedro, Juan y Diego.
Pedro es un campesino con más años labrando su terruño que los que el Presidente acumula de vida. Crió 5 churumbeles y malcrió 19 nietos. Los surcos en su rostro delatan las horas bajo el sol, y de tantas cosechas sus manos se confunden con el cuero de las polainas. Su familia logró por fin convencerlo de que está bueno ya, que es hora de descansar. De AFP tiene pocazo, el terreno es chicón, pero 20 litros por segundo a su nombre prometen un futuro distinto. Su vecino es 42 años menor, recién empezando a criar, y rebosa casi tanto de ideas como de energía. El precio ya está más o menos palabreado. Hasta podrá brindarse uno que otro lujito y llevar a la vieja a veranear a Viña.
Juan heredó de su mamá un campito cerca de Linares. Ha pertenecido a su familia por ya nadie sabe cuántas generaciones. Algunos dicen que desde la Quintrala, pero él no se la cree. Nadie le ha puesto mucho empeño tampoco. Produce cultivos anuales, y a riego tendido mi alma, porque los derechos de agua dan para bañar yeguas. Pero Juan ha estado en el Limarí y algo más conoce. Sabe que desembolsando una que otra luca podría implementar un sistema de riego que, aunque ni de cerca la última chupada del mate, evitaría el despilfarro babilónico que supone la inundación matutina. Y no porque Juan suspire por cultivos más sedientos, no señor. Él dedica sus horas a su estudio de abogados y no pretende transformarse en agricultor. Es porque sabe que el vecino saliva por unos ciruelos, y
con el mínimo minimorum de eficiencia él podría venderle 15 litritos por segundo. La transaca dejaría a ambos más feliz que perro con dos colas.
Diego viene volviendo de un doctorado en la Universidad de Tel Aviv. Rebalsa de tremendas ni que ideas para mejorar la eficiencia de los atrapanieblas costeros, y una patente en el bolsillo que reduce los costos de desalinización. Trae además la representación de una tecnología israelí para extraer humedad del aire, que incluso en el desierto más árido del mundo hidrata hasta al más sediento. Requiere de bastante energía, es cierto, pero los costos de las celdas fotovoltaicas no paran de bajar, dice, cosa de darle tiempo al tiempo, dice. Podrá tomarle más o menos años, pero si no se le apagan el tesón y la cachativa acabará por ofrecer soluciones domiciliarias.
Ahora, ¿por qué tristes? ¿Por qué truncados?

Porque en un escenario en que el agua es incomerciable Pedro no podrá obtener ni un peso del que siempre consideró su principal activo para la vejez. Quizás si se mudara y vendiera su paño con los derechos incorporados, pero él no quiere dejar su terreno de toda la vida, solo descansar, que bien merecido lo tiene, oiga.
Juan no tendrá ningún incentivo para invertir, ni siquiera un poquito, para evitar el derroche de un método en esencia inalterado desde que los incas cavaron la acequia de Tobalaba. Seguirá dilapidando al son de la gravedad —total, los derechos están— y esos ciruelos adicionales, así como todos los empleos e impuestos adicionales, nunca existirán.
Diego se dedicará a la docencia en lugar de empolvarse los zapatos en Atacama promoviendo su sistema. En un mundo donde el agua es incomerciable un comerciante de agua es persona non grata. Podríamos listar muchos otros damnificados. Pedra, Juan y Diega, digamos. A Pedra el banco ahora le negará sus litros por segundo como colateral para el crédito de la bomba operada con energía solar. Juana estaría dispuesta a reemplazar el césped de su complejo de canchas por pasto sintético para que más allá se instale una embotelladora que generaría 140 empleos, pero si nadie la compensará con un solo duro seguirá prodigando con sus mangueras de siempre. Diega, gerente de operaciones de una sanitaria, no podrá asegurar derechos con antelación para satisfacer el consumo más importante de todos, el humano, en caso de una sequía mextrema. La legislación da prioridad al consumo humano, cierto, pero harto distinto es planificar con antelación en función de las características de las fuentes.
Todos entendemos lo que subyace a la decisión de la Convención Constitucional de declarar al agua como bien común natural inapropiable e incomerciable. Petorca.
Camiones aljibe. Pelambres. Un áspero fermento de acaparamiento, escasez y balazos nocturnos en las compuertas del bajo Aconcagua. Nadie niega que la megasequía ha traído desafíos acuciantes. Aun peor, es posible que en lugar de megasequía sea la nueva realidad. El problema lo conocemos. El punto es que
imponer a toda esa miríada de casos la misma y extrema solución de prohibir la comercialización a todo evento resulta brutal. Es como recetar a todo tumor la más agresiva de las quimioterapias, sin sentarse a evaluar cuáles son benignos y cuáles no. Es como prohibir de plano los autos porque existen las muertes de tránsito, el vino porque existe la cirrosis o el fútbol porque existen las barras bravas. Cada situación es diferente, y en el frenesí por aplicar tabla rasa lo que vamos a dejar rasos son los motivos para innovar, para destinar el agua a donde más valor genera, para que cada gota cuente.


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