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VIERNES, 6 DE ENERO DE 2017
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Columna de Opinión



Hace 300 años y casi dos meses murió Gottfried Wilhelm Leibniz. Yo me topé con él hace once años en extenso al fundador de la computación y del cálculo, explorador de la botánica, maestro de la filosofía y la teología protestante. Además de jurista y político.

¿Por qué hacer mención a este referente en estas fechas? Pues bien, él tiene dos grandes nociones que me orientaron desde la perspectiva moderna y que me parecen inspiradoras en este autor.

El primer elemento es lo que llama “La Voluntad Presuntiva de Dios”, que apunta a buscar, en caso hipotético de no ser la Biblia la palabra de Dios, qué se podía presuponer como Su Voluntad. Era un ejercicio necesario, pero arriesgado, por entonces. Su respuesta era la de ser continuadores de la Creación, desde el conocimiento de la propia Creación y de los elementos que de la naturaleza irían a un mejor entendimiento de cómo crear de manera más adecuada.

El segundo elemento en la búsqueda de la “Voluntad Presuntiva de Dios” que termina de armonizar esta perspectiva, es que Dios quiere que seamos felices. El tema es la definición de felicidad, y esta felicidad no es la euforia con la que se busca confundirla actualmente, o con otros sucedáneos como el placer. La felicidad en Leibniz es comprender el lugar que ocupamos en el mundo desde la perspectiva anterior ¿Cómo puedo hacer mejor mi parte en la continuación de la obra del Señor?

Sé que es algo anticuado desde la perspectiva del 2017, pero esta manera de ver las cosas, junto a Lutero y los jesuitas, establecieron desde la cristiandad (la Ciencia moderna surge del contexto social religioso y creyente) el paso inexorable a la modernidad desde Europa al mundo. La modernidad resumida: perspectiva de la capacidad de las personas de poder sacar cuentas de qué cosas podía querer para su vida, acceder a la formación en la capacidad de entender, reflexionar y explicarse la realidad y la naturaleza, buscar su realización social e individual, y también, poder acceder a la Salvación. En un plano no creyente se puede hablar de trascendencia, de lograr ejecutar acciones y obras que trasciendan a nuestra partida de la vida.

A ese espíritu es al que me adscribo personalmente todos los años, a ese espíritu trato siempre de empujar cuando los semestres se hacen más pesados en mis estudiantes. Renovar la oportunidad que anida en cada persona de poder hacer de su vida, colectivo y sociedad algo mejor. La resignación y el marcar el paso no dignifica cuando hay espacio para la potencia de creación infinita en cada uno de nosotros.

Francisco Javier Larraín S.
Docente e investigador


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