Un 4 de diciembre de 1958, a los 92 años, falleció el primer cardenal chileno, hijo de campesinos de Pichilemu. Su partida conmovió al país, que decretó tres días de duelo nacional, y dejó en la Región de O’Higgins el orgullo imborrable de haber dado a la Iglesia universal a uno de sus príncipes, nombrado en su momento por el Papa Pío XII.
La historia de José María Caro Rodríguez es la de un hombre que encarna la fuerza de la fe y la perseverancia en medio de la humildad. Nacido el 23 de junio de 1866 en Los Valles de San Antonio de Petrel, en la comuna de Pichilemu, hijo de un llavero de hacienda y de una madre campesina, su origen sencillo nunca fue obstáculo para alcanzar la más alta dignidad eclesiástica: convertirse en el primer cardenal de Chile.
Su formación comenzó en la escuela pública de Ciruelos y luego en el Seminario de Santiago. Ordenado sacerdote en 1890, pronto destacó por su talento y disciplina, lo que le permitió continuar estudios en Roma, en el Colegio Pío Latino Americano. Desde allí inició un camino que lo llevaría a ser vicario apostólico de Tarapacá, arzobispo de La Serena y finalmente arzobispo de Santiago, cargo que asumió en 1939.
En 1945, el papa Pío XII lo nombró cardenal, un hecho histórico para Chile: por primera vez un hijo de esta tierra ingresaba al Colegio Cardenalicio, con voz y voto en la elección de los pontífices. Su nombramiento fue recibido con júbilo en todo el país, pero especialmente en la Región de O’Higgins, que veía cómo un hijo de Pichilemu alcanzaba la dignidad de “príncipe de la Iglesia”.
Su obra y legado
Como cardenal, Caro Rodríguez se convirtió en referente moral y espiritual. Fue gran canciller de la Universidad Católica de Chile, impulsó la organización de la Conferencia Episcopal y defendió con firmeza la unidad de la Iglesia en tiempos de cambios sociales y políticos. Su preocupación por los más desfavorecidos y su vasta cultura lo hicieron figura respetada más allá del ámbito religioso.
El 4 de diciembre de 1958, su muerte en Santiago a los 92 años, provocó un hondo pesar. El gobierno decretó tres días de duelo nacional, gesto que reflejaba la magnitud de su legado y el reconocimiento transversal a su figura.
En Rancagua y Pichilemu, la noticia se vivió con especial intensidad: la región despedía a su hijo más ilustre, aquel que había llevado el nombre de O’Higgins hasta los altares de la Iglesia universal.






