Y entonces —como si alguien le devolviera el sonido a un recuerdo dormido— estalla por los parlantes la onomatopeya inconfundible con la que Quique Villanueva solía anunciar que la fiesta estaba por comenzar.
“¡Quiero gritar que te quiero!” retumba, y un joven disfrazado del legendario Señor Corales levanta los brazos. La multitud responde con aplausos y vítores.
No todos los que llegaron a nuestra Plaza de Armas lo saben, pero lo que está a punto de ocurrir revivirá una historia que tiene más de sesenta años. En los albores del siglo XX, cuando las calles aún se llenaban del paso de caballos, los estudiantes sanfernandinos inventaron su propia primavera: una fiesta popular donde los liceanos desfilaban en carruajes adornados, las “estudiantinas” llenaban de guitarras los barrios y los disfraces eran la excusa perfecta para que todos —grandes y chicos— olvidaran por un día la rutina.


El profesor Víctor León Donoso lo escribió alguna vez en el diario VI Región: “San Fernando salía a las calles a lucir sus disfraces, a mezclarse en las comparsas, a celebrar lo que somos”.
Y fue precisamente esa memoria la que el alcalde Pablo Silva Pérez quiso resucitar. “Queremos que esta actividad sea el inicio de una nueva tradición: una verdadera celebración cultural y patrimonial que reúna a nuestras fuerzas vivas, a las organizaciones sociales y comunitarias que hacen grande a nuestra comuna”, señaló durante su alocución, mientras el sol comenzaba a hundirse detrás del edificio consistorial.
Entonces, comenzó el desfile. Por la calle Carampangue desfilaron los colores y las emociones: una comparsa que rindió homenaje a nuestra Centenaria Mansión del Estudio; un grupo de adultos mayores que, con elegancia, revivieron la moda del Chile del siglo XIX; y una carroza que evocó a La Pérgola de las Flores, trayendo consigo la música, las risas y los aromas de una época entrañable.
Las sonrisas se contagiaban como el polen y, en los ojos vidriosos de los más mayores, se adivinaba algo más que nostalgia: la alegría de comprobar que el tiempo, a veces, también devuelve lo que parecía perdido.
“Revivimos viejos tiempos”, dijo una mujer al borde de la calzada, con la voz quebrada por la emoción. “Nos reímos mucho”, agregó otra, mientras los aplausos se mezclaban con los compases de una batucada improvisada.
La noche se cerró con fuego, acrobacias y música. La compañía Teatro Onirus hizo aparecer, entre luces y humo, un universo paralelo donde los sueños se movían con piernas humanas y alas invisibles. Hubo saltos, hubo gritos, hubo asombro. Nadie quería que terminara.
Cuando todo acabó, en algún rincón de la plaza aún flotaba el eco de las risas. La historia dirá que hubo un carro ganador. Pero eso fue lo de menos.
El verdadero triunfo fue otro: San Fernando volvió a encontrarse consigo mismo.
Y así, sin que nadie lo ordenara, la primavera volvió a florecer en la capital de Colchagua.



