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El debate del tránsito en Rancagua: ¿Privilegios vs. progreso?


La queja del consejero Hernández sobre el tráfico en Rancagua choca con la realidad: su propio acceso privilegiado al centro contradice la frustración de miles de conductores.

VIERNES, 18 DE JULIO DE 2025
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Publicado por

Danya Ríos

Periodista El Tipógrafo


La reciente sesión plenaria del consejo regional de O’Higgins se vio envuelta en una controversia que expuso las tensiones entre la gestión municipal y las percepciones de la autoridad regional. Pedro Hernández Garrido, presidente de la Comisión de Régimen Interno, lanzó duras críticas contra el alcalde de Rancagua, tildando su accionar de «arrogancia» y achacándole el caos vial de la capital regional. Sin embargo, en su férrea crítica, el propio consejero parece ignorar un aspecto clave de la problemática: el privilegio de estacionamiento que él y sus colegas disfrutan, y que choca con la realidad cotidiana de los rancagüinos.

Un privilegio silencioso

Mientras Hernández Garrido denuncia la situación de la ciudad, se ignora que los consejeros regionales son de los pocos «afortunados» que pueden ingresar al centro de Rancagua en sus vehículos y estacionar en un lugar seguro y sin costo. Un privilegio significativo si se considera que, para el ciudadano promedio, el  estacionamiento diario en el centro supera los $6.000, sumando más de $30.000 semanales.

Esta disparidad genera una pregunta incómoda: ¿puede quien goza de tales facilidades comprender a cabalidad la frustración del conductor que pierde horas en el tráfico o debe pagar sumas elevadas para acceder a su lugar de trabajo? El argumento de Hernández Garrido, al quejarse de los embotellamientos al salir del estacionamiento, resuena a queja de alguien que vive una realidad distinta. De hecho, que las autoridades experimenten los «tacos» que sufren miles de chilenos a diario podría, en un giro irónico, acercarlos más a la realidad de la ciudad que pretenden gobernar. El colapso vial en horas punta es una experiencia compartida por todos, excepto por quienes, como los consejeros, tienen resuelto el problema del acceso y el aparcamiento.

Hernández Garrido pinta un escenario apocalíptico, acusando al alcalde de haber «encerrado» y «arrinconado» a la ciudad con un proyecto cuya «naturaleza específica se mantiene en una ambigüedad preocupante», pero que se erige «en las puertas del gobierno regional». El consejero describe un panorama de «autos unos encima de otros», «alto riesgo» y vehículos «deteriorados» al intentar salir del laberinto vial.

Sin embargo, esta descripción alarmista podría ser interpretada como una falta de comprensión o un rechazo sistemático a las iniciativas municipales. Si bien la transparencia en los proyectos es fundamental, la crítica del consejero carece de detalles concretos sobre este «proyecto» que tanto lo exaspera. ¿Es realmente una «ganas de hacer algo distinto» sin planificación, o una medida en marcha que busca precisamente aliviar el colapso que él mismo denuncia? Acusar al edil de haberse «metido en el bolsillo al gobierno regional» sin presentar pruebas, debilita la seriedad de su argumento y podría ser visto como una estrategia política más que una preocupación genuina por el progreso urbano.

La falta de una visión estratégica en desarrollo urbano, según Hernández Garrido, convierte este «proyecto» en un «antecedente nefasto e inédito». No obstante, la historia de Rancagua, como la de cualquier ciudad en crecimiento, está marcada por la constante evolución y adaptación de su infraestructura. Cuestionar cualquier intento de cambio como «inédito» sin proponer alternativas viables, dificulta cualquier avance.

Hacia una visión regional del tránsito:

La crítica de Hernández Garrido concluyó con una aseveración sobre la «soberbia» del alcalde que «no le permite entender lo que tiene que ver con los respetos mutuos y lo que tiene que ver con la proyección de las ciudades sin causar daños». Esta frase, pronunciada al cierre de la sesión, resuena más como un lamento por la falta de diálogo que como una solución constructiva.

La pregunta que queda en el aire, planteada por el propio consejero, es si se han agotado «todas las vías» para revertir las decisiones del alcalde. Quizás la pregunta debería ser otra: ¿han explorado los consejeros todas las vías para colaborar en la búsqueda de soluciones? Más allá de la crítica, ¿cómo pueden los consejeros aportar desde una mirada más amplia para buscar soluciones no solo para Rancagua, sino para una descentralización de las soluciones a toda la Región? ciudades como Pichilemu, que en verano se convierte en un caos vial, o pequeñas localidades que colapsan en fiestas costumbristas, demuestran que el desafío del tránsito es regional y requiere de una visión coordinada.

Rancagua y la región de O’Higgins merecen soluciones, no solo críticas y acusaciones de «soberbia». La ciudadanía espera que sus representantes superen las diferencias y trabajen en conjunto para construir una ciudad más fluida y funcional para todos. El punto de inflexión del debate debería ser cómo mejorar el tránsito de la ciudad y la región, no quién tiene la razón en un enfrentamiento de egos.


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