Cada cierto tiempo, la NASA sorprende con explicaciones que desafían nuestras creencias sobre el espacio. Lo último: «técnicamente, ningún humano ha salido jamás de la atmósfera terrestre», ni siquiera durante las misiones a la Luna. Aunque suena a provocación o incluso a teoría conspirativa, la afirmación es científicamente correcta si se consideran los modelos atmosféricos actuales.
Incluso figuras históricas como Yuri Gagarin o Neil Armstrong, así como viajeros espaciales contemporáneos como William Shatner, han permanecido, en términos físicos, dentro de los límites más extremos de la atmósfera terrestre. La clave está en cómo se define el final de esa atmósfera, un límite mucho más difuso y extenso de lo que se pensaba.
Doug Rowland, experto en heliofísica de la NASA, explica que la atmósfera no termina en una capa definida antes de la órbita terrestre, sino que se va volviendo progresivamente más tenue. Incluso a cientos de kilómetros sobre la superficie, donde orbita la Estación Espacial Internacional (EEI), «todavía existe una densidad de aire suficiente como para frenar gradualmente a la estación». Si no fuera periódicamente impulsada con cohetes, la EEI acabaría cayendo por arrastre atmosférico.
Por razones prácticas, la comunidad internacional adoptó la línea de Kármán, situada a 100 kilómetros sobre el nivel del mar, como la frontera donde comienza el espacio. Sin embargo, esta es una convención útil para tratados y normativas, pero no describe con precisión física los límites reales de la atmósfera.
En 2019, un estudio basado en datos del observatorio solar SOHO (NASA/ESA) reveló que la exosfera terrestre, y en particular la llamada geocorona (una nube difusa de átomos de hidrógeno), se extiende hasta unos 629.000 kilómetros, es decir, más allá de la órbita de la Luna. En ese límite aún hay unos 0,2 átomos de hidrógeno por centímetro cúbico, lo que significa que, «técnicamente, incluso las misiones Apolo que alunizaron en los años 60 y 70 no abandonaron la atmósfera terrestre». Como explicó Igor Baliukin, autor principal del estudio: «La Luna vuela a través de la atmósfera terrestre».
La situación se complica aún más si consideramos que tanto la Tierra como la Luna están dentro de la atmósfera solar, que se extiende hasta el borde de la heliosfera, el límite más allá del cual comienza el espacio interestelar. Entre la atmósfera de la Tierra y la del Sol no hay vacío, sino capas progresivas y superpuestas llenas de partículas y energía.
¿Dónde empieza entonces el espacio? Según Rowland, depende del punto de vista: «Si se pregunta dónde termina la atmósfera en un sentido práctico, probablemente a unos 400 kilómetros, donde la densidad del aire deja de tener efecto significativo sobre los objetos». Pero desde una óptica científica, la atmósfera solo se disipa y diluye hasta extremos apenas medibles, sin desaparecer del todo. Así, todos los viajes espaciales realizados por humanos han transcurrido dentro de esa envoltura extendida que aún forma parte de nuestro planeta.