Chile vive una de sus crisis de seguridad más complejas desde el retorno a la democracia. La delincuencia ha evolucionado, se ha sofisticado, y se ha hecho más violenta. En este contexto, el Gobierno ha decidido instalar un nuevo Ministerio de Seguridad Pública. Pero, más que una respuesta contundente al problema, el proceso ha parecido una improvisación peligrosa.
El flamante ministerio —cuyo objetivo es coordinar políticas, liderar la prevención del delito y dar conducción estratégica a las policías— nació sin RUT tributario. Es decir, sin la posibilidad legal de operar plenamente: no puede pagar remuneraciones, celebrar contratos ni ejercer presupuesto con normalidad. Mientras tanto, sus funcionarios no conocen sus condiciones contractuales, sus jefaturas regionales son provisorias y su funcionamiento es, hasta hoy, simbólico.
Crear una nueva institucionalidad sin las herramientas mínimas para operar es una negligencia política. Significa que, frente a una ciudadanía que exige respuestas y acciones concretas, la autoridad ofrece incertidumbre y desorden. No hay coordinación posible si no hay certezas. No hay combate al crimen si quienes deben liderarlo están en el limbo administrativo.
Todo esto ocurre mientras las portadas se llenan de balaceras, encerronas y crímenes ligados al crimen organizado. La inseguridad ha dejado de ser solo una percepción. Es una vivencia cotidiana para miles de familias que ven cómo sus barrios se transforman en zonas sin ley. ¿Y qué ofrece el Estado? Un edificio sin alma, sin personal definido, sin estrategia clara.
El país no necesita más gestos simbólicos ni inauguraciones sin contenido. Necesita conducción firme, profesionalismo y sentido de urgencia. Lo contrario es jugar con fuego. Porque cuando el Estado titubea, el crimen avanza. Y cuando las instituciones no tienen rumbo, quienes mandan son los violentos.
El Ministerio de Seguridad Pública debió haber sido un hito de orden y liderazgo. Hoy es, tristemente, un símbolo de improvisación. O el Gobierno corrige el rumbo de inmediato, o este nuevo ministerio se transformará en otro cascarón vacío que la delincuencia observará, con sorna, desde la comodidad de su impunidad.