Siendo franco, debo reconocer que la elección de Jorge Mario Bergoglio como Sumo Pontífice, no me llamó mayormente la atención, talvez porque no lo conocía, ni sabía de él en forma previa.
Creo que se sumaba a lo anterior, el hecho que la figura de Juan Pablo II seguía siendo tan potente, que de alguna manera eclipsaba a sus sucesores.
Claro que independiente de ello, su condición de argentino resaltaba nítidamente al ser elegido, ya que por primera vez en la historia del Vaticano, un ciudadano del Continente Americano ocupaba la silla de Pedro.
Siendo católico, seguí los acontecimientos de su papado en forma intermitente, enterándome en especial de ciertas acciones que realizaba, desde el punto de vista de su accionar pastoral.
Digo ello porque con el paso de los años, gradualmente descubrí que por sobre toda otra consideración, Francisco era un pastor, vocación que lo retrata nítidamente y sin duda alguna es su gran legado.
Su condición humana total y absoluta, se mantuvo como la imagen inalterable de una persona que siendo como cualquier otra, fue el mismo hombre sencillo pese a ocupar el más alto cargo de la Iglesia Católica.
Sus preocupaciones en torno a los más desposeídos y a los conflictos bélicos que azotaron durante su papado al mundo, por citar solo dos aspectos, evidencian esa sensibilidad permanente por los temas que sí son trascendentes.
Fue el primer Papa Jesuita, lo que marcó su personalidad y su accionar, derivado no solo de la doctrina de la Compañía de Jesús en lo genérico, sino que en forma particular de sus votos de pobreza, obediencia y castidad, que según dicha orden les permite a sus integrantes ser libres, producto de ser pobres para compartir, obedientes para responder a la llamada de cristo y castos para ser de todos.
A medida que avanzaba su pontificado, como muchas otras personas fui aquilatando su valor como líder mundial de una Iglesia, que pese a estar golpeada cuando asumió el puesto, supo dirigirla hacia el futuro buscando solucionar los males que la aquejaban y que en alguna medida aún la siguen afectando.
Cuando las enfermedades se hicieron notorias afectándolo gradualmente, surgió ante mis ojos con fuerza el ser humano, doliente y sufrido, que continuó cumpliendo su labor pastoral literalmente hasta el último momento de su vida.
Recién entonces asumí la relevancia de su figura, al comprender que vivió para un fin superior, postergándose en beneficio de una Iglesia que no siempre lo comprendió y que solo con el paso del tiempo aprendió a valorarlo.