Que duda cabe que nos enfrentamos en los tiempos que vivimos, a situaciones de inseguridad producto del accionar de la delincuencia, fenómeno que afecta no solo a un país en particular, aunque con diferente fuerza.
Buscar las causas que han originado la presente situación ha sido un tema de preocupación de muchísimos analistas, con los cuales en lo genérico es posible estar de acuerdo, aunque dentro de ellas, es difícil establecer cuál es la de mayor importancia.
Hay un sinnúmero de causas que han originado la situación que se vive, las que según muchos se asocian a la falta de recursos para enfrentar la delincuencia y revertir sus consecuencias, ya que ello implica elevados costos, los que no siempre están disponibles.
Otros, lo asocian a la necesidad de aumentar las penas que se aplican a los delincuentes cuando son procesados, de tal forma de disuadir a los que quieran seguir el mismo camino.
También hay quienes aseguran que falta la voluntad de enfrentar a la delincuencia, algo que desde el punto de vista teórico parece fácil, pero que en la práctica tiene ribetes complejos.
Muchos lo asocian a la necesidad de adoptar medidas en el ámbito educativo, que orienten a los niños hacia el bien, de tal forma que al llegar a la edad adulta, sepan recorrer la vida por el camino adecuado, por cierto la eterna utopía de las sociedades de todos los tiempos.
Como es obvio, todas las posiciones descritas anteriormente tienen algo de razón, ya que no se necesita ser experto para concluir que las causas de lo que hoy vivimos, son muchas y variadas.
Puede que esté equivocado, pero en mi humilde juicio, hay un factor que si bien ha sido mencionado en diversas oportunidades al tratarse el tema, no se ha hecho con suficiente fuerza.
Me refiero a la inversión de valores en la sociedad, fenómeno que se ha materializado lenta pero constantemente, lo que ha implicado que en muchas ocasiones pase casi desapercibido.
Soterrada e imperceptiblemente, vemos como lo anterior se ha ido materializando, partiendo por muchos establecimientos educacionales en que el más popular alumno no es el de mejor rendimiento académico, sino que aquél que se burla del sistema y de sus camaradas.
La pérdida del concepto de autoridad es otro elemento que evidencia la referida inversión valórica, fenómeno que afecta a niños, jóvenes y adultos por igual.
No pretendo tener la razón, solo me conformo con que usted estimado lector, sobre la base de estas líneas, busque sus propias respuestas al tema, ya que si algo es verdad, es que éste es un problema de todos.