El confinamiento prolongado, la crisis económica y los cambios en los estilos de vida fueron algunos de los efectos que dejó la pandemia de COVID-19, influyendo directamente en la malnutrición tanto por déficit como por exceso. Esta problemática ha planteado importantes desafíos para la salud pública a nivel mundial y en Chile.
María Cristina Escobar, directora de Nutrición y Dietética de la Universidad Andrés Bello (UNAB), explica que “la crisis económica generada por la pandemia afectó de manera directa la seguridad alimentaria, limitando el acceso a alimentos nutritivos de las poblaciones más vulnerables, siendo uno de los principales factores asociados al déficit nutricional”. Según datos de la FAO, millones de personas experimentaron inseguridad alimentaria durante y después de la pandemia, aumentando la desnutrición infantil y la deficiencia de micronutrientes esenciales como el hierro, la vitamina A y el zinc.
En el caso de Chile, información del Ministerio de Desarrollo Social y Familia revela que muchas familias enfrentaron inseguridad alimentaria debido a la pérdida de empleos y la reducción de ingresos. En este contexto, resurgieron las ollas comunes como estrategia de emergencia en barrios vulnerables, aunque sin lograr cubrir completamente las necesidades nutricionales de la población afectada. Además, el cierre de establecimientos educacionales impactó a niños y adolescentes que recibían alimentación a través de los programas de JUNAEB, lo que afectó especialmente a menores de cinco años.
Por otra parte, la pandemia también generó condiciones propicias para la malnutrición por exceso, impulsando el aumento de enfermedades metabólicas asociadas. “La reducción de la actividad física, el incremento en el consumo de alimentos ultraprocesados, el teletrabajo, las restricciones en la movilidad, el estrés y la ansiedad repercutieron en un estilo de vida más sedentario y en hábitos alimentarios inadecuados”, señala Escobar. Estos factores llevaron a un mayor consumo de azúcares, grasas saturadas y grandes volúmenes de alimento en periodos cortos de tiempo.
Estudios han demostrado que, tras la pandemia, se ha registrado un aumento en la prevalencia de enfermedades metabólicas como la hipertensión y la diabetes tipo 2, lo que ha generado una carga adicional en los sistemas de salud. A esto se suma el incremento de la obesidad infantil y juvenil, lo que podría derivar en otras complicaciones a largo plazo.
Frente a este escenario, Escobar enfatiza que “como país debemos enfrentar el desafío de mitigar al máximo todos los efectos colaterales de esta malnutrición”. Para ello, propone la implementación de programas que garanticen el acceso a alimentos frescos a la población más vulnerable, el fomento de una alimentación equilibrada y variada, la detección temprana y el tratamiento de la obesidad y enfermedades metabólicas relacionadas con la nutrición.
“La pandemia de COVID-19 sin duda dejó secuelas significativas en la nutrición a nivel mundial, por lo que la implementación de estrategias preventivas y de intervención temprana serán clave para mejorar la calidad de vida de la población y reducir la carga de enfermedades asociadas a la malnutrición”, concluye.