Pocos días atrás falleció un muy querido amigo, situación que me impactó y me hizo reflexionar como en otras oportunidades, sobre el tema de la amistad.
En los tiempos actuales, complejos por cierto, el cúmulo de situaciones que vivimos o presenciamos, hacen que en ocasiones no distingamos lo trascendente de lo transitorio, o más específicamente, dejemos de lado temas que son consustanciales al espíritu y a los sentimientos.
La amistad es parte importante de nuestras vidas, por medio de ella nos relacionamos con mayor grado de profundidad con quienes por propia decisión queremos, sin la imposición propia del parentesco.
Aristóteles más de 300 años antes de Cristo, definía la amistad como algo valioso, más aún, único, incluso como lo más necesario para una vida feliz, llegando a decir que nadie querría vivir sin amigos, aunque poseyera todos los demás bienes.
Pareciera lógico asumir que siendo los seres humanos sociables por definición y gregarios en cuanto a vivir en comunidad, el cultivo de la amistad permite una convivencia plena, alejada de las intolerancias, las que cada día con mayor gravedad y en más cantidad presenciamos en las noticias o nos toca desgraciadamente vivir en carne propia.
Definir quién es realmente mi amigo no siempre es fácil, un simple conocido podría no llegar a serlo nunca, si no me preocupo de descubrir cuáles son sus sentimientos y comprenderlo.
Las discusiones filosóficas sobre la amistad abarcan una serie de aspectos largos de enumerar, una corriente de opinión establece que solo tienen amigos los seres humanos de buenos sentimientos y acciones, que no esperan obtener nada a cambio, mientras que otra señala contrariamente, que la amistad para que exista debe incluir el interés y la utilidad.
De cualquier forma, inclinándose por una u otra teoría, no cabe duda que para que la amistad entre dos seres humanos exista, ambos deben coincidir en el aprecio hacia el otro.
Algo que siempre me ha llamado la atención sobre la amistad, es el hecho que el tiempo como patrón de medida desaparezca. Puedo dejar de ver a un amigo sin relacionarme con él por años, pero cuando se produce el reencuentro, el tiempo de ausencia desaparece, volviendo al saludarlo, al momento en que nos despedimos.
Perdóneme apreciado lector si al rendir un homenaje a la amistad, he dejado de lado la oportunidad de tocar importantes temas actuales, pero sinceramente creo en la concepción aristotélica que; “Un amigo es lo mismo que otro yo”, como se menciona en el título de las presentes palabras; “Amigus est tamquam alter idem”.