Virginia Araya es sin duda un nombre reconocido en el periodismo nacional, su experiencia en televisión, en el ámbito académico y en la actualidad en radio Infinita, le han permitido destacar en el mundo de las comunicaciones. Sin embargo, lo que muchos desconocen es que esta mujer, con más de 30 años de carrera, tuvo un importante paso por la ciudad de Rancagua, vivió aquí su etapa escolar, la que de alguna forma ayudó a que se transformara en la exitosa profesional que es hoy.
Vivió nueve años en la capital de O’Higgins, estudió desde sexto básico hasta cuarto medio en el colegio Instituto Inglés, institución que recuerda con cariño: formó parte de un grupo musical, de un coro. Lo pasó bien y por supuesto aprovechó al máximo las herramientas que esta organización le entregó.
En 1981 Virginia entró a estudiar periodismo en la Pontificie Universidad Católica de Chile, ese año abandonó para siempre Rancagua. En Santiago vivió con su abuela y en los años siguientes la siguieron sus hermanos, hasta que finalmente su familia completa se trasladó a la Región Metropolitana.
Si bien no tenía razones personales que la amarraran a Rancagua, Virginia confiesa que tampoco había intereses profesionales que la motivaran, fue una época intensa, donde pasaban muchas cosas, entonces como periodista necesitaba estar en Santiago.
El periodismo fue siempre su opción profesional, en sexto básico ya tenía decidido qué estudiar. Sin darse cuenta su familia fue la que en gran parte motivó su decisión. Recuerda que en su casa se leía el diario y si hacía una pregunta “tonta” la mandaban a investigar sobre el tema, para ella esto no era un castigo, al contrario le gustaba aprender.
A Virginia le fascinaba ver noticieros y en esa época estaba suscrita a una revista, algo para nada común en su generación. Suma que su casa era muy lectora, su papá era fanático de García Márquez: “mi familia es súper humanista, también hay algo genético que te marca”, dice.
El padre de la periodista era muy exigente, ella heredó esta característica para desarrollarse en el ámbito académico: como estudiante y docente, y también para ejercer otras facetas de su vida. Hasta el día de hoy se califica como “matea” y siempre está en busca del aprendizaje.
A pesar de lo anterior, aclara que con sus dos hijos: Florencia e Ignacio ha sido muy liberal, eso sí siempre les ha inculcado a hacer lo que les haga sentir bien.
Luego de asumir el rol de padre y madre, tras divorciarse cuando aún sus hijos eran pequeños, Virginia se apoyó en el colegio de sus hijos. Asegura que aquí les enseñaron a ser autónomos, a convivir con las artes y el deporte. Aprendizaje que compartía y que bien supo desarrollar la institución en ellos.
Se autodenomina como feminista y asegura que esto lo ha sabido demostrar en la forma en que ha enfrentado su vida, por ejemplo, explica que la sociedad te presiona a estar emparejada, sin embargo ella no es influenciable, se dedicó a sus hijos y al trabajo, y en ambas situaciones de manera exitosa. No necesitó de un hombre para seguir con su rutina.
En su vida ha estado presente la lucha por la mujer, ha visto al hombre de igual a igual y por lo mismo nunca se ha sentido inferior.
Hoy Virginia se dedica a su trabajo en radio infinita, aquí lleva 12 años en compañía de su parner, Rodrigo Bastidas, juntos realizan un trabajo que mezcla muy bien la información contingente, y la entretención, sin hablar de farándula. Temas que interesan a su generación y que ha tenido como consecuencia una alta audiencia.
Además de la radio, su foco hoy es ella, ya que sus hijos son profesionales y hay más tiempo para actividades personales, por ejemplo, está pasando por un fanatismo por la gimnasia en el agua, lo necesita, practica todos los días. Esta ha sido su forma de familiarizarse con el deporte, ya que confiesa siempre lo ha evadido, no le gusta ir al gimnasio, la vanidad que rodea estos centros le apesta. Virginia no realiza gimnasia en el agua para ser más “regia” y ni para verse mejor, sino para sentirse bien.
Si bien tiene una imagen sociable, confiesa que le gusta hacer actividades sola, no tiene prejuicios con la compañía, va al cine por lo menos dos veces a la semana, prefiere la sala oscura y sin la “comilona del de al lado”. Para ella es un rito esta experiencia.
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