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MIÉRCOLES, 13 DE ENERO DE 2016
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Columna de Opinión



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Desde hace algunos años, oímos repetitivamente la frase: “las instituciones funcionan”, dicha normalmente por autoridades de gobierno, recalcando su satisfacción frente a este hecho. La realidad pareciera decirnos que están equivocados.

Para alcanzar convicción en la materia, la pregunta obvia es: ¿cuándo debemos entender que las instituciones funcionan?

La respuesta normal es que aquéllas funcionan cuando cumplen sus obligaciones cabalmente, es decir, cuando satisfacen plenamente la labor que la Constitución y las leyes les encomiendan.

El cumplimiento del deber por la respectiva institución debe apegarse estrictamente a la ley, guste o no le guste tal conducta a parte de la ciudadanía. Lo que la ley manda, debe aplicarse, porque es la voluntad del pueblo, en cuyo nombre tales leyes se dictaron. Sed lex dura lex.

Las instituciones no funcionan cuando su labor se autocensura, en cuanto a no despertar molestia en parte de la ciudadanía, o no provocar pérdida de eventuales electores, es decir, cuando el cumplimiento de la ley se torna arbitrario, pues se aplica subjetivamente, solo cuando se estima que conviene, y no siempre, de manera objetiva y severa.-

Las instituciones no funcionan, cuando quienes desempeñan las labores encomendadas lo hacen ideológicamente, anteponiendo sus creencias personales a la objetiva voluntad de la ley. Un caso clásico es que los llamados derechos humanos se respetan a fondo en los delincuentes, en los terroristas, pero no en sus víctimas, que constituimos la mayoría del país, imperdonable vicio que debe erradicarse a la mayor brevedad.

Pero, lo peor de todo, es que las instituciones no funcionan cuando omiten satisfacer el mandato del constituyente, llevando al Estado a una suerte de impotencia, que es fuente de todo tipo de males.

Afirmar que las instituciones funcionan, con la Araucanía en llamas, con atentados que generan víctimas humanas y cuantiosos daños materiales, fenómeno que se acrecienta día a día, sin que suceda nada contundente para erradicar ese malvado proceso, es faltarle el respeto al talento de los ciudadanos. Insistir en que son delitos comunes, cuando es evidente que los incendios y otros males son un acto terrorista propiamente tal, es actuar ideológicamente, de manera torcida,

Insistir en que las instituciones funcionan, cuando el orden público se ha resentido sustantivamente y se tolera todo tipo de trasgresiones a la ley, es sencillamente impresentable.

Insistir en que las instituciones funcionan cuando se viola la ley, como sucede con los paros ilegales en servicios del Estado, prohibidos en el Estatuto Administrativo, y luego del enorme daño causado a la ciudadanía, no se descuentan los días no trabajados, no se aplican las medidas disciplinarias que la ley prescribe, es simplemente una burla.

Nuestra patria requiere que, de una buena vez, las instituciones funcionen de verdad, no en el discurso oficial, sino que ello se traduzca en el orden que se requiere para la seguridad, felicidad y realización de cada ciudadano y habitante de nuestro país.

¡Viva Chile!

 

Mario Barrientos Ossa.

Abogado.

Magister en Derecho U. de Ch.


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