Sábado 5 de diciembre, al llegar a casa proveniente de Puerto Montt, me percato que uno de los productos que compré en el famoso mercado de Algelmó no viene. Ello a pesar de que le reiteré a la joven que me atendió, la cantidad de bienes adquiridos. Mi error: perderme dos minutos mientras pagaba, y haber confiado en su palabra. Aquel mismo día y mientras hacíamos una larga y extensa de fila para el chequeo del vuelo, no faltaba el personaje que se saltaba el procedimiento. Más tarde al llegar al aeropuerto Merino Benitez – ¿cuándo le pondrán Aeropuerto Pablo Neruda? -, estaban las puertas cerradas, no había nadie quien diera instrucciones por donde salir y cuando el asunto ya se tornaba dramático por la falta de aire y ante la insistencia de algunos de nosotros porque alguien abriera los portones de salida, se acercó un empleado de la concesionaria e indicó que “estaba en su hora de colación y que por un gesto humano se acercó a abrir la puerta, pero que no lo haría debido a los improperios recibidos”. Varios de los afectados en vez de emprenderlas contra tamaña barbaridad, se enojaron con los que estábamos reclamando, al punto que tuve que decirles a uno de ellos “no te están haciendo un favor, cuando tu compras el pasaje compras el servicio completo, incluido el que te abran la puerta de salida oportunamente”. Por diversas razones, viajo a menudo al extranjero en vuelos largos, donde se repite siempre la misma escena: luego de servirse el menú, a la media hora, en especial en vuelos largos, se hace una extensa fila en torno al servicio de alimentación con gente pidiendo “otro juguito y un sanguchito”. ¿Adivinen de qué nacionalidad siempre es el grueso de los peticionarios? Si, 90% chilenos y ojo no son precisamente morenos, ni pelo duros como la mayoría de nosotros.
Hace algunos meses estuve en Noruega y con un viejo amigo exiliado – ni les cuento la cantidad de chilecotes (así les llaman por lo chamullentos) que viven allí a costa de unas cuantas mentiras sobre su papel en la resistencia a Pinochet -, fuimos comprar huevos de campo. El negocio era de auto atención: es decir, tú mismo pagas y te das el vuelto. Y aunque ustedes no lo crean, nadie se roba el dinero. En una cultura donde más bien se castiga al que rompe las reglas, nadie se atreve a transgredirlas pues la sanción social es muy fuerte. De allí que estos países, sin tener nada del otro mundo, funcionen relativamente bien. Todo lo contrario de nuestro chilito lleno de “pillos”, de “tramposos”, de “vivos” de “emprendedores” como Piñera; que empezando por robarse el confort en las oficinas públicas, culminan desfalcando al Estado, haciéndose propietarios de empresas públicas con créditos Corfo que nunca pagaron. Quien no recuerda que en el barrio éramos “giles” los que estudiábamos y “avispados” los que a temprana edad comenzaron una carrera que siempre culminaba con largas vacaciones en Brasil con Lastarria. El país de los “pillos”, como nuestro actual gobierno que en medio de una severa crisis de legitimidad insiste en aprobar un tratado secreto que contiene más de seis mil páginas y que para no pocos significa “la entrega de soberanía por secretaria”, que no ha sido sometido a discusión pública y que será votado a rajatabla en enero por el Senado. Luego, nos dirán que “no leyeron íntegramente el proyecto”.
El país que de seguir las cosas como están, elegirá a Piñera nuevamente. Ícono de lo que somos.
Edison Ortiz