Los caminos del PDG

Este domingo -finalmente- conoceremos quién conducirá al país durante los próximos cuatro años. Junto con ello, se abrirá de inmediato uno de los primeros y más complejos desafíos del nuevo gobierno: dar señales claras de gobernabilidad al futuro Congreso Nacional. Al respecto, y no es sorpresa para nadie, el Partido de la Gente (PDG) tendrá un rol clave en cualquier negociación -al menos en la Cámara de Diputados-, ya que sus 14 parlamentarios electos serán pivotales para cualquier aprobación o rechazo de proyectos de ley de un eventual gobierno de Kast, puesto que necesita sólo dos votos para obtener la mayoría simple. Este escenario abre dos opciones que pondrán a prueba al propio PDG: la disciplina de su estructura partidaria, y el eventual choque de liderazgo entre Franco Parisi y Pamela Jiles.

Lo primero es relevante, ya que el PDG ha dado muestra de su fragilidad doctrinaria, que se tradujo en su minuto en una impredictibilidad al momento de votar diversos proyectos de ley o acuerdos políticos. Esta poca cohesión de ideas abrirá la puerta a posibles nuevos quiebres, puesto que los incentivos a desobedecer las órdenes del partido son muy altos y los costos políticos son bajos. Imaginemos el poder que tendrán esos dos eventuales díscolos del PDG, que serán claves para aprobar leyes.

Y lo segundo, no hay que dejar de lado que el PDG va más allá de sus parlamentarios, y también el partido se juega fuera de estos. El ex presidenciable Franco Parisi y la diputada Pamela Jiles disputarán cualquier espacio de influencia entre sus militantes, puesto que sus pesos políticos son relevantes: el primero obtuvo más de 2.5 millones de votos (3° en primera vuelta), y Jiles es la segunda parlamentaria más votada de Chile -con más de 94 mil votos-, por lo que cualquier declaración, desacuerdo o desmarque entre ellos marcará el rumbo de la dirección política del partido, y al mismo tiempo una falta de conducción relevante, en momentos en que la gobernabilidad del Congreso está en juego.

De esta forma, el PDG se enfrenta a una encrucijada relevante: se esfuerza en demostrar sentido de responsabilidad con el sistema político, o privilegia sus disputas internas, poniendo en riesgo la gobernabilidad de los próximos cuatro años. Sólo el tiempo dirá cuál de estos dos caminos terminará predominando.