Esta semana comenzó en Brasil la COP 30, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En esta cumbre, desde hace más de 30 años, los países han buscado acuerdos y soluciones para las problemáticas ambientales y climáticas de nuestra época.
La situación social, ambiental y ecológica del planeta requiere una mirada mucho más amplia y profunda que la que propone la estrecha visión de los negacionistas y las funestas ideas de los ecólogos extremos. Ambos grupos, desde sus trincheras y con energúmenas actitudes de barras bravas, pocas luces ofrecen para dar una respuesta apropiada a la crisis en la que nos encontramos.
El problema ambiental y ecológico es mucho más que una cuestión política, es un asunto que toca las fibras más íntimas de lo propiamente humano. La crisis es el síntoma de una profunda enfermedad de nuestro espíritu. Nuestra alma está afiebrada, tal como la Tierra, cuya temperatura ha subido dramáticamente durante los últimos 50 años.
¿Cuál es el mal que padecemos?
Estamos poseídos por una infernal adicción a consumir. Hemos desarrollado la cultura de la insaciabilidad, que está dispuesta a devastar todo por satisfacer sus caprichos. Nuestra alma está turbada e inquieta por la pulsión agobiante de tener que conseguir siempre algo más. Hemos extraviado la paz y pretendemos recuperar el sosiego a través de las compras. Con tal de acaparar justificamos el exterminio de cualquier tipo de vida. Nuestro hedonismo y codicia nos han llevado a no sentir vergüenza de aniquilar ecosistemas, bosques, ríos y montañas.
Así las cosas, aunque la crisis socioambiental y climática fuera una gran conspiración y en realidad no hubiera un tal calentamiento global, es evidente que no podemos seguir profundizando una vida en “modo devastador”. ¿No es acaso la narcocultura la degeneración de un modelo que propone la generación de riqueza como destino final de la humanidad? ¿Es que acaso no vemos que el desprecio de las pandillas hacia la vida es simplemente una forma más tosca de nuestro mismo ultraje caprichoso hacia los otros seres vivos?
La cuestión no está en volver a vivir al bosque a pata pelada, sino en recobrar la salud del alma humana. Es necesario apostar por modos de vida más sobrios, que nos traigan paz. Es imperioso el surgimiento de pioneros que promuevan una existencia con sentido, en equilibrio y respeto con todo lo demás. Necesitamos recuperar una mirada apacible sobre la realidad, que nos abra a descubrir lo sagrado detrás de toda existencia.






