Un hecho inesperado transformó una simple búsqueda recreativa en un descubrimiento científico de gran valor. Christopher Pinto, vecino de la comuna de Doñihue, Región de O’Higgins, recorría el sector con su detector de metales en busca de “tesoros”. Lo que parecía ser otra roca común resultó ser un fragmento proveniente del espacio: una condrita, uno de los meteoritos más antiguos y primitivos del sistema solar.
“Yo andaba buscando tesoros cuando el detector sonó. Por lo general, las rocas no generan señal, así que me llamó mucho la atención. Al levantarla, vi que era algo que no se parecía a ninguna roca terrestre que hubiese visto”, recuerda Pinto sobre el momento del hallazgo.
El meteorito, bautizado como meteorito Doñihue, presenta características claras de su origen extraterrestre: una corteza de fusión fresca, producto del intenso calor al ingresar a la atmósfera; alta densidad y magnetismo por su contenido de hierro y níquel; y la presencia de cóndrulos, pequeñas esferas minerales exclusivas de estos objetos formados hace más de 4.567 millones de años. Según Pinto, “los cóndrulos se ven incluso con una lupa; son pequeñas esferas metálicas que no existen en las rocas de la Tierra”.

Expertos coinciden en que el hallazgo corresponde probablemente al evento luminoso observado en diciembre de 2017 entre las regiones Metropolitana y de O’Higgins. Debido al tamaño del fragmento y a la frescura de su corteza, se estima que el objeto original fue mayor y que pudo haberse desintegrado durante la caída, dejando otras piezas en la zona. “Quedan muchos más fragmentos ahí, hay que buscarlos. Se nota que se rompió en la caída”, afirma Pinto.
Desde Sernageomin, el jefe del Departamento de Laboratorio, Hans Kauffmann, subraya la relevancia de este tipo de hallazgos. “La valoración económica de un meteorito es altamente variable y depende de factores como su rareza, clasificación científica o estado de conservación. Pero su valor real radica en su importancia científica y educativa, como especímenes únicos que nos conectan con la formación y evolución de nuestro sistema solar y del universo”.
Kauffmann también explica cómo se diferencia un meteorito de una roca común: “La corteza de fusión, la gran densidad, el magnetismo y los regmagliptos, esas depresiones que parecen huellas dactilares, son señales clave. En las condritas, además, los cóndrulos permiten identificarlas de inmediato”.
Pinto ya tiene claridad sobre los pasos que seguirá con el meteorito Doñihue. Su intención no es guardarlo como una reliquia personal, sino convertirlo en una oportunidad de aprendizaje para otros. “Mi idea es cortarlo en láminas y entregar parte a alguna institución o universidad de O’Higgins. Pero antes de que salga al extranjero, quiero que lo vean los colegios. Es muy raro tener un meteorito fresco y creo que puede ser una experiencia pedagógica increíble para los estudiantes”, afirma.
Finalmente, Christopher reflexiona sobre el hallazgo: “Esto es algo que no pasa nunca. Encontrar un meteorito es como ganarse la lotería: cae uno cada 10.000 años por kilómetro cuadrado. Quiero que los niños y jóvenes puedan verlo y aprender de él antes de que se vaya para afuera”.







