Líbranos de todo mal

Cada vez que se inicia en cualquier parte del mundo un conflicto armado, sea este interno o externo, la humanidad entra en riesgo de sufrir de una u otra forma sus impactos en los más variados ámbitos y no solo en los países que entran en  guerra.

En lo político se producen cambios internos, normalmente finalizado el conflicto, dependiendo en la mayoría de los casos de los resultados del mismo.

En las relaciones internacionales desde que se inicia el conflicto y aún antes, se altera la normal convivencia entre países, al verse afectados de alguna forma, producto del accionar de los actores que lo originaron.

En lo económico, en especial cuando se trata del petróleo, sus efectos son sin duda globales, afectando a los países en conflicto y prácticamente a todo el mundo.

Sus consecuencias a futuro luego de finalizados, se mantienen por largo tiempo, incluyendo un aspecto muchas veces intangible, como el resentimiento de los habitantes del país que perdió la guerra, hacia los que la ganaron

Pero por sobre toda otra consideración, cualquiera sea la disciplina desde la que se enfoque y analice toda guerra, el mayor y más impactante efecto es la pérdida de vidas humanas.

No solo los muertos o heridos combatientes, que al tratarse de profesionales de las armas o idealistas convencidos de su causa, podría entenderse que se inmolaron por un bien que para ellos es superior.

Lo aterrador y totalmente lamentable desde cualquier enfoque que se analice, es la pérdida de vidas humanas de ciudadanos que viviendo en una zona de guerra, pierden sus vidas, o son heridos, sumándose a lo anterior la destrucción de sus bienes materiales.

Ello en los más variados y tristes matices, como los niños que en total inocencia sufren sus efectos.

Todo falló si una guerra se inicia, la diplomacia, las relaciones internacionales, el derecho internacional y por supuesto la disuasión, entre otros factores.

Entonces, ¿qué queda como posible solución a los conflictos armados que hoy enfrenta el mundo?, sin duda alguna el regreso a la cordura de quienes los desencadenaron, algo que podría ser solo una quimera, ya que como se ha mencionado a lo largo de los tiempos, mientras no se construyan en las mentes y corazones de los seres humanos monumentos a la paz, difícilmente desaparecerá la guerra, en especial si consideramos que el sentido común es el menos común de los sentidos.

Entonces, apelemos a la religión e imploremos diciendo al señor de nuestras respectivas creencias: «Líbranos de todo mal”, pese a que ello es como sabemos, prácticamente imposible.