Reducir la ingesta de azúcar durante los primeros años de vida puede tener efectos significativos en la salud futura. Así lo demuestran dos estudios recientes que analizan, desde distintas perspectivas, el impacto de una dieta alta en azúcar durante la infancia y sus consecuencias a largo plazo.
El primero, liderado por la doctora Tadeja Gracner de la Universidad del Sur de California y financiado por el Instituto Nacional de Salud (NIH) de EE.UU., fue publicado en Science a fines de 2024. Esta investigación aprovechó un experimento natural originado por el racionamiento de azúcar en el Reino Unido durante y después de la Segunda Guerra Mundial, y analizó datos del Biobanco del Reino Unido, que incluye información de más de 60.000 personas nacidas entre 1951 y 1956.
Los resultados son contundentes: las personas que estuvieron expuestas a restricciones de azúcar en etapas clave del desarrollo —desde la gestación hasta los primeros dos años de vida— presentaron un 35% menos de riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 y un 20% menos de hipertensión. Además, estas enfermedades se diagnosticaron, en promedio, cuatro años más tarde en el caso de la diabetes y dos años más tarde en el de la hipertensión.
“El impacto fue mayor en quienes vivieron restricciones durante al menos seis meses después del nacimiento, etapa en la que se incorporan alimentos sólidos”, explicó la doctora Gracner. Incluso la exposición prenatal demostró tener beneficios, aunque en menor medida. Para la investigadora, este estudio demuestra el valor de observar entornos nutricionales únicos para entender cómo influyen en la salud a lo largo de la vida.
El segundo estudio, realizado por la Universidad Tecnológica de Queensland (QUT) y publicado en Frontiers in Neuroscience, examinó los efectos del consumo elevado de azúcar en ratones desde etapas tempranas. El equipo, liderado por la profesora Selena Bartlett, descubrió que una dieta alta en azúcar provocó aumento de peso, hiperactividad persistente y deterioro cognitivo en la adultez, especialmente en la memoria episódica y espacial.
Además, los ratones que redujeron su consumo de azúcar a una cuarta parte evitaron estos efectos negativos, lo que respalda las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de limitar el consumo diario a 25 gramos. Bartlett también señaló que, aunque el término “adicción al azúcar” sigue siendo debatido, hay evidencia de que los circuitos cerebrales involucrados en su consumo se solapan con los de sustancias adictivas.
Sin embargo, a pesar de esta creciente evidencia, el consumo de azúcar en la infancia sigue siendo elevado. Un análisis publicado en el Journal of the Academy of Nutrition and Dietetics reveló que el 84,4% de los bebés y niños pequeños consumen azúcares añadidos a diario. Los niños de entre 12 y 23 meses consumen en promedio 5,8 cucharaditas al día, frente a las 0,9 que ingieren los menores de un año. Las principales fuentes incluyen yogures azucarados, productos de panadería dulce, bebidas de frutas y caramelos.
Los expertos coinciden: promover una reducción del azúcar desde los primeros años no solo es beneficioso, sino esencial para prevenir enfermedades crónicas, mejorar el desarrollo cognitivo y asegurar una mejor calidad de vida en la adultez.