Hay una tijera flotando sobre Chile. Nadie la ve del todo, pero todos la sienten. Atraviesa oficinas ministeriales, hospitales, escuelas, gobiernos regionales. No discrimina. Se desliza silenciosa, se posa sobre una línea del presupuesto y, de un solo tajo, la hace desaparecer. No hay sangre ni alaridos, solo papeles que dejan de existir, proyectos que nunca sucederán, sueldos que se evaporan, deudas que se acumulan. La tijera corta y sigue su camino.
Lo curioso es que, en este juego de sombras, pocos saben realmente cuán afilada es la hoja ni quién la empuña con más fuerza. En la Región de O’Higgins, como en muchas otras, los recortes han sido tema de pasillos y especulaciones, de cuentas que no cuadran y fondos que, de un momento a otro, ya no están. ¿Qué se recortó? ¿Cuánto afecta a la gestión regional? ¿Es un ajuste necesario o una negligencia disfrazada de austeridad? No hay respuestas claras. Solo certezas a medias y sospechas enteras.
Porque el problema no es solo el dinero que se esfuma, sino la confianza que se desmorona. Cuando un ciudadano escucha que su hospital recibirá menos recursos o que su escuela deberá hacer milagros con un presupuesto menguado, no necesita explicaciones técnicas ni eufemismos contables. Lo que entiende es que alguien, en alguna oficina bien iluminada de Santiago, decidió que su vida cotidiana valía un poco menos. Y ese mensaje, repetido en cada boleta impaga, en cada obra inconclusa, en cada servicio degradado, es un veneno más corrosivo que la crisis económica misma.
Un sector político que por décadas renegó de la mirada economicista, del neoliberalismo y de la suerte de dictadura de los datos económicos sobre la política, se acostumbró a gobernar con cifras, como si fueran suficiente respuesta para todo, por lo que, cuando esas cifras ahora no alcanzan, ni siquiera para las explicaciones, se queda sin respuesta alguna, en el peor momento
Pero el país sigue adelante. Siempre sigue adelante. Los anuncios se hacen, las excusas se repiten, las justificaciones se estiran hasta la elasticidad de lo absurdo. Mientras tanto, la tijera sigue flotando, lista para su próximo tajo. Y en la región, en las comunas, en los barrios, la pregunta sigue sin respuesta: ¿Hasta dónde van a cortar?
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