Cuántas veces hemos sufrido producto de los más variados motivos, como penas de amor, frustraciones, situaciones inesperadas o desaparición de un ser querido.
De todos ellos y de muchos más, de alguna manera se logra salir adelante. Usando la razón o la resignación, el dolor se supera gradualmente, aunque probablemente no en toda su extensión.
Sin embargo, hay una de dichas penas que es la más compleja de asumir y más aún, difícil de superar, siendo ella la partida al más allá de un ser querido.
¿Cómo resignarse ante la muerte?, ¿cómo asumir que ya no se le verá más y no se le podrá besar o abrazar?, ¿cómo entender que probablemente ese ser querido esté mejor en su otra vida que en la terrenal?
Nada racional nos dará respuesta a lo anterior, nada nos permitirá resignarnos, nada a excepción de la fe.
En tal sentido, recuerdo cuando siendo un niño vi por primera vez la película la Novicia Rebelde. Quedé impactado en la escena en que la protagonista desencantada de un amor mal correspondido regresa a su congregación religiosa, teniendo en mente que cuando Dios cierra una puerta, en algún lugar abre una ventana.
Me niego por convicción y fe a creer que la muerte sea el final del camino, creo que al partir de este mundo se llega a un lugar superior en bienestar, alejado de las mundanas realidades, en donde la paz inunda el espíritu y se obtiene la felicidad eterna.
No puede ser que personas buenas, que se dedicaron en vida a hacer el bien, terminen al final de sus días en la nada absoluta.
Pero si la fe no es suficiente, el recuerdo de tiempos idos al lado del ser querido, cuando aún estaba vivo, debe ser la principal fuente de consuelo, evitando revelarse por el tiempo que no lo tendremos a nuestro lado, agradeciendo por el tiempo que si lo estuvo.
No sé racionalmente si hay o no un más allá, pero mi fe me permite asumirlo como un hecho, por lo que basado en ello, tengo la certeza que quienes partieron de nuestro lado, están bien y, en tal sentido, su partida le permite acceder a ello.
Es verdad que quienes los vimos partir nos sentimos profundamente apenados y angustiados, olvidándonos que por sobre nuestro deseo de mantenerlos a nuestro lado, está el bienestar de ellos.
Aún más, permítanme una última reflexión, la que seguramente han escuchado y de la cual me declaro partidario; la muerte definitiva no es la carnal, es la que se origina en el olvido.