Los tiempos actuales nos entregan entre muchos otros elementos propios de la modernidad, acceso a la más variada información, no solo por los medios de comunicación tradicionales y conocidos, sino además por internet y redes sociales, resultando como consecuencia que conozcamos mucho más de lo que en realidad podemos procesar.
De hecho, asumimos que es de total necesidad estar informados si queremos sobrevivir al cambiante mundo que a diario enfrentamos.
Pero si lo meditamos detenidamente, descubriremos que ese exceso de información, unido al poco tiempo disponible para pensar sobre ella, nos lleva la más de las veces a asumirla como cierta.
Pareciera que basta con que se diga en internet, por citar uno de los medios mencionados, para que muchos de nosotros asumamos que es la total y absoluta verdad.
Nadie, o muy pocos, tienen el tiempo para verificar la autenticidad de la información recibida, adoptando como costumbre el asumir que es verdadera.
Entonces, entre otros múltiples factores, nos hacemos participe del justo reproche de una sociedad que rechaza las acciones reñidas con el bien común, sumándonos a la crítica que los trasgresores reciben cual avalancha en los medios mencionados.
Hasta ahí miel sobre hojuelas, parafraseando el dicho español que significa que, sobre algo bueno, viene algo igual de bueno, en especial cuando se ponen al descubierto las faltas y delitos que afectan el bien vivir.
Ahora bien, es fácil deducir que si alguna información que recibimos no es la verdad, ello podría dañar a las personas que injustamente se vieron implicadas, peor aún sí damos nuestra opinión basándonos en un hecho falso, sin que en muchos casos la justicia haya emitido aún un veredicto.
La ética propia de los medios de comunicación social podría en parte mitigar el posible daño que se cause, pero es imposible cambiar las redes sociales y borrar lo expresado en ellas.
Es recomendable entonces que ante informaciones no tan claras o dudables en términos de veracidad, antepongamos a nuestro juicio y dictamen el beneficio de la duda, ya que podemos equivocarnos y con ello dañar a otras personas.
Pero dudar en sí mismo no tiene ningún valor, sino tratamos junto con ello de descubrir la verdad, o a lo menos entenderla.
El matemático, físico, filósofo, teólogo y apologista francés Blaise Pascal que vivió en el siglo XVII tenía claro el concepto, al mencionar la siguiente frase; “Aquel que duda y no investiga, se torna no solo infeliz, sino también injusto”.