Hasta donde podemos observar, existe amplio consenso en todos los sectores políticos y sociales respecto de la educación que queremos para Chile. En términos positivos: más equitativa en la calidad de los aprendizajes, que garantice igualdad de oportunidades, inclusiva y respetuosa de las diferencias individuales, promotora de la trascendencia humana y de virtudes cívicas, atenta a los desafíos futuros y centrada en habilidades más que en contenidos.
Todo esto con matices y acentos, dependiendo obviamente de las corrientes ideológicas que suscriba quien la piense, sueñe o legisle. Sin embargo, una educación así de ambiciosa y necesaria exige un fundamento que, de no ser igualmente relevado a la primera línea de importancia, convierte la educación que queremos en un anhelo sencillamente prohibido, y no por falta de ideas o recursos, sino por la fuerza de los hechos que la contradicen.
El fundamento al que me refiero aquí no es la figura del profesor, pues su importancia está fuera de toda duda y discusión, sino una condición básica a la que hasta ahora venimos prestando poca y escasa atención, y que permite el paso de la educación prohibida a la educación posible. Dicho fundamento es la actitud del estudiante, por un lado, y el compromiso irrestricto de las familias con la educación de sus hijos, por otro.
No es este el lugar para analizar las muchas causas subyacentes, que análisis e investigaciones sobran, pero si las familias, en especial las más carenciadas desde un punto de vista económico, siguen adelante con el sobreproteccionismo de la llamada «generación blandita», en lugar de potenciar la autonomía de los hijos en sus responsabilidades y quehaceres; y si, por otro lado, las autoridades que tienen en sus manos la tarea de legislar, en lugar de fortalecer la autonomía de gestión en las comunidades educativas y respaldar el trabajo de los profesores, están más atentos al número de votos que sus decisiones les reporten, entonces no podemos más que concluir que la educación que anhelamos está prohibida.
La educación que soñamos para Chile, hoy está prohibida. Y lo está porque hemos venido perdiendo de vista el fundamento cultural que aporta el entorno familiar. Sin él, la actitud del estudiante suele ser la de un consumidor: pasea por las aulas como quien lo hace por un Mall, toma aquello que satisface sus sentidos y desecha lo que exige mayor compromiso o trabajo. Así las cosas, la educación que anhelamos está prohibida para quien no trae ya de la cuna lo que, en un escenario así, «Salamanca no le puede prestar».
Presidente de Fide Sexta Región, P. Humberto Palma Orellana