
Óscar Belmar Yáñez, Ejecutivo de Proyectos VI Región (obelmar@crece.ucm.cl), CRECE, Incubadora de Negocios, Universidad Católica del Maule.
Cuando revisamos las cifras de las dos últimas décadas del Instituto Nacional de Estadísticas en su Encuesta Nacional de Empleo, y ponemos el foco en el peso relativo de la categorías de los “Ocupados”, llama la atención que la categoría de “Asalariados” (símil del concepto “empleado dependiente”) ha ido perdiendo peso.
Por otro lado, la categoría de empleado por “Cuenta propia” se ha visto incrementada. Si sólo se tratase de una caída en los “Asalariados”, esto sería claramente una señal de que las personas en edad de trabajar, o están desempleadas o no buscan empleo. Pero la evidencia muestra que efectivamente existe una migración de personas hacia la categoría “Cuenta propia”.
Si profundizamos en esta categoría podemos llegar a deducir que –de acuerdo con un cambio de entorno económico y social global– cada día más personas deciden dejar de emplearse, y pasar a emprender su propio negocio, ya sea por la necesidad de sobrevivencia o en la búsqueda de oportunidades que les permitan un desarrollo económico y profesional en el tiempo. Por otra parte, se definen estos tiempos como de la era del conocimiento o de la información, definición que denota la importancia de gestionar ese conocimiento (el “saber hacer del negocio”) e implica una drástica caída en los costos de transacción gracias a los nuevos medios electrónicos que permiten interactuar con nuestros clientes a bajo costo, mediante el uso masivo de correo electrónico o a través de redes sociales virtuales. Todo lo anterior implica un gran desafío para el emprendedor del siglo XXI, pues junto con tener que adaptarse a un cliente exigente y que cambia constantemente en sus gustos, se ve enfrentado a la aparición de nuevos competidores y sustitutos apenas ha definido un nuevo producto o servicio.
Una de las mejores formas de protegerse en este entorno y sobrevivir en el tiempo, es que el empresario se plantee una estrategia de generar “barreras de entrada” a la explotación de su emprendimiento, siendo la diferenciación, la búsqueda del carácter único del producto, el valor agregado de nuestra oferta, lo que finalmente fideliza a nuestro cliente. Es en esta búsqueda de oportunidades en que calza casi perfectamente el concepto de innovación.
La innovación es una forma de desarrollar un emprendimiento con una vocación de oferta diferenciada o única, de plantearse una dinámica de escalamiento productivo y ser leit motiv del emprendedor que gestiona su “saber hacer” o aplica el conocimiento acumulado a la satisfacción de una necesidad mediante una inédita utilización de recursos, de los cuales el intelectual es lo clave. Innovar es la aplicación de nuevas ideas, conceptos y prácticas, con el fin de ser útiles para desarrollar nuevas formas de satisfacer necesidades, incrementar la productividad o plantear nuevas formas de operar un negocio. Un elemento fundamental de la innovación es su aplicación exitosa de forma comercial. No sólo hay que inventar algo, sino que debe ser valorado por el mercado, por los consumidores de hoy y de mañana.
Emprender no siempre contiene estrictamente el concepto de innovar, pero detrás de un innovador siempre veremos a un emprendedor creando oportunidades, olfateando el futuro.
Oscar Belmar Yáñez
Ejecutivo de Proyectos VI Región (obelmar@crece.ucm.cl)
CRECE, Incubadora de Negocios
Universidad Católica del Maule