Con desazón me encuentro, cuando se polemiza, en aula o entre colegas, con el recurso manido de las falacias. Hace meses escribí en general de ellas, pero hoy me quiero referir a una de ellas, que es una de las que más me molesta. Su nombre clásico en latín es Argumentum ad logicam, pero en esta parte del mundo se le conoce como falacia del espantapájaros o del hombre de paja. El hombre de paja es aquel que se inventa, que no es tal, y que se le golpea como si fuese el titular de esa imagen; de ahí el origen del concepto.
Básicamente, como sugiero antes, consiste en torcer el espíritu de lo que dice una persona al caricaturizar lo expresado, al reducir u omitir elementos importantes o al pretender que se dice algo que no se dice pero que las luces de la audiencia no logran comprender.
Buena parte de la imposición del orden social, desde el poder, no resiste el análisis honesto que lo justifique. Uno de los mecanismos de imposición no violentos es el de las falacias, y contra ellas se requiere cierta preparación para no resultar emborrachado y aturdido por palabras que no son más que eso.
Voy a ejemplificar, supongamos que digo: “El problema del actual modelo educacional es que se estructura como un sistema de reproducción y acentuación de desigualdades, por lo que el Estado debiera asumir la responsabilidad que le corresponde en un contexto occidental”. Una persona que pretenda perpetrar la falacia dirá: “Claro, seguramente el Estado arregla todos los problemas, además los rendimientos de las escuelas públicas no son los mejores”. Por si lo notaron, no lo ven tan claro: El punto central es el sistema educacional completo, y la responsabilidad del Estado como garante de cualquier República de una de sus funciones estratégicas. Claro que el deshonesto ha tomado sólo un elemento, sumándole otro y pretendiendo que eso es lo dicho por el contrario.
Todos los días suele verse ese show, lo triste es que la población no domina el truco implícito y cae en el mismo juego: La desacreditación del rival por lo no dicho, o por la distorsión de lo dicho.
Lo penoso, es que gracias a un sistema educacional que no enseña a razonar, en un contexto económico donde no importa que la población sepa pensar (la gente analítica deja de comprar lo que no necesita con dinero que no tiene, y eso, en nuestra entelequia de desarrollo implica decrecimiento), y en un contexto político donde la publicidad y propaganda, frases ganadoras y maneras de expresarse han tomado el lugar de la lucha y exposición de ideas.
Triste cometido, población que es dominada porque no entiende lo que le dicen, y cuando está cerca de hacerlo, se desacredita el argumento con una falacia. Pero esto tiene una paradoja: Quien perpetra la falacia del hombre de paja debe representar al estúpido o al malintencionado. Con un poco de amor propio la gente puede dejar de darle la razón a quien abiertamente se muestra no entendiendo lo que dicen y retrucando sobre su mala intención. Pero mantendrá su poder si la gente renuncia a ejercer su capacidad analítica.
No se deje controlar, pronto, más falacias para que sepa detectarlas y pueda pensar mejor.
Francisco Javier Larraín Sánchez
Licenciado en Sociología