A propósito del día mundial de los abuelos, celebrado recientemente, recordé a una de mis abuelas, de hecho la única que conocí, ya que los otros tres murieron cuando yo era muy niño.
Era una extraordinaria mujer inmigrante que llegó a la zona austral de Chile, debiendo adaptarse a todo, desde el clima a las costumbres. Buena para contar a sus nietos hermosas historias de su natal España, cocinera experta, conversadora ilustrada, referente para sus hijos, nuera y yernos y por sobre todo, luchadora incansable frente a las vicisitudes de la vida, que la convertían en un referente de resiliencia y sacrificio.
Era en cuanto a su imagen la típica abuela de pelo totalmente blanco, vestida de negro en señal de perpetuo luto por la pérdida de su esposo, sin pretensión alguna de tratar de aparentar lo que no era.
Creo, como lo he conversado con muchos amigos, que los abuelos y abuelas del siglo XX, eran física y en cuanto a su personalidad, la expresión pura de la tercera edad. Hoy pareciera que la percepción y la imagen de los abuelos han cambiado radicalmente, los vemos dinámicos, activos, trabajando en muchos casos y viviendo una vida plena en los llamados años dorados.
Su apariencia física dista mucho de los abuelos de antaño, ya que se preocupan por su salud y su figura, se mantienen ejercitando la mente y el cuerpo y despliegan una energía envidiable. Pero ese no es el único aspecto que caracterizan a cada uno de los modelos mencionados.
Hay diferencias notables en los dos, los de antaño con el recuerdo del pasado en su mente, los segundos con la mente puesta en el próximo desafío. Si usted discrepa por experiencia propia o por lo que ha visto de lo mencionado, probablemente sea la excepción que confirma la regla.
Lo paradojal del caso, es que producto de las expectativas de vida que hoy día se conocen, los viejos abuelos eran en realidad jóvenes y los que hoy son llamados jóvenes, son en verdad viejos.
De cualquier forma, confieso que yo pertenezco a los últimos. Sea como sea, ahora como antes, la figura de los abuelos, sin ser imprescindible, ayuda a la formación de los niños que probablemente vean en
ellos, alguien que no enseña, ni corrige, pero que le entrega solo amor, no importando lo que recibe a cambio, ya que le basta como motivación para cumplir su rol, la voz de sus nietos cuando le dicen te quiero.
Perdone estimado lector, pero siendo honesto, estas líneas solo la entenderán plenamente, aquellos que ostentan el título de abuelos.