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El grito ahogado de una madre: Justicia para una niña abusada


Su madre, a pesar del dolor, sigue adelante, convertida en la voz de su hija, en la voz de todas las niñas y niños que han sido silenciados.  

VIERNES, 14 DE MARZO DE 2025
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Publicado por

Belén Navia



La voz de la mujer que conoceremos como «V» tiembla, pero no se quiebra. Su lucha ha sido incansable, sostenida por el amor inquebrantable hacia su hija, una niña de apenas 17 años, cuya vida cambió para siempre cuando ella tenía apenas 11 años a causa de un abuso por parte de un familiar. Lo que debería haber sido un caso claro de justicia se ha convertido en una interminable batalla contra un sistema que parece favorecer a los agresores y abandona a las víctimas.  

Desde el momento en que supo la verdad, la mujer no ha tenido un solo día de paz. “Lo único que quiero es justicia para mi hija”, repite una y otra vez, con la esperanza de que alguien pueda ayudarle a agilizar su proceso. Pero lo que ha encontrado es un muro de burocracia, licencias médicas utilizadas como excusas y un juicio que avanza con una lentitud desesperante. La menor, quien solía bailar y soñar con un futuro brillante, ahora vive atrapada por el trauma y el miedo.  

La historia de la menor, no es solo la historia de una niña que fue víctima de abuso. Es también el reflejo de un sistema que, lejos de proteger a los inocentes, parece diseñado para favorecer a quienes saben manipularlo. Su madre denuncia con indignación la impunidad con la que el agresor ha utilizado estrategias legales para retrasar el proceso. “Él está jugando con el sistema. Me está ganando en la Corte Suprema”, dice, con una mezcla de rabia y frustración.  

Las dilaciones en el juicio han significado una revictimización constante para la menor, en donde tiene que revivir constantemente el hecho que le arruinó su infancia, su inocencia y le quitó su brillo. Cada nueva audiencia, cada nuevo retraso, obliga a la niña a revivir su peor pesadilla. “Ella solo quiere ser una niña normal, volver a estudiar, hacer amigos, vivir tranquila”, dice su madre. Pero el peso del trauma y de una justicia que no llega hace que esa normalidad parezca inalcanzable.  

Más allá de la inacción del sistema judicial, hay otro factor que agrava el dolor de esta madre: la traición de aquellos que debieron proteger a su hija, quien estaba al cuidado de sus abuelos cuando ocurrió el abuso. Fueron ellos quienes, de manera irresponsable, la entregaron en manos de quien le haría daño, su tio. Para ella, la indiferencia de su propia familia ha sido una herida tan profunda como el crimen mismo.  

El día en que la adolescente pudo poner en palabras lo que le ocurrió, la confesión no fue en la intimidad de un hogar seguro, sino en medio de un centro comercial, entre el ruido y las luces de las tiendas. “Mi tío me tocó”, fueron las palabras con las que su hija rompió el silencio. La madre sintió como su corazón y su alma se caían a pedazos, luego de saber que su hija había sido abusada.

Una adolescencia perdida  

Mientras el caso sigue sin resolverse, la joven continúa luchando contra las sombras de su pasado. Recibe ayuda psicológica y psiquiátrica, pero la pregunta que atormenta a su madre sigue sin respuesta. “¿Cómo puede una niña recuperar su vida después de todo esto?”.  

Las cicatrices de la adolescente son invisibles para el mundo, pero su madre las ve en cada gesto de miedo, en cada noche de insomnio, en cada momento en que la alegría de la infancia parece haberse esfumado. Y su madre, a pesar del dolor, sigue adelante, convertida en la voz de su hija, en la voz de todas las niñas y niños que han sido silenciados.  

Porque en esta historia, la lucha no es solo por ella. Más bien es por todas las víctimas que esperan que la justicia no solo sea un ideal inalcanzable, sino una realidad.


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