A cinco años del 18 de octubre, creo que ha pasado suficiente agua bajo el puente para extraer una gran lección: la violencia nunca debe ser un medio legítimo de acción política. Con la sana distancia que nos da el tiempo, hoy es más fácil comprender lo peligrosas que resultan estas retóricas refundacionales para nuestra democracia, el progreso y la seguridad del país.
La lección es clara: nada bueno puede surgir de la violencia. El mejor ejemplo de ello es la fracasada Convención Constitucional, que, como exconvencional, me tocó presenciar con impotencia desde primera fila. Este fue un momento político fallido y ridículo que, nacido del chantaje de la violencia octubrista, estaba destinado al fracaso. Una oportunidad histórica perdida para mejorar la vida de los chilenos.
A cinco años del estallido social, las cicatrices que el fenómeno octubrista ha dejado en nuestro querido Chile son evidentes: inseguridad, desempleo, un país estancado en la inflación, y la ausencia de acuerdos de una clase política desconectada son solo algunas de las consecuencias del modo de gobernar que se instauró desde octubre de 2019.
El 18 de octubre quedará en la historia como un punto de inflexión: como esa fecha que marca un «antes» y un «después», como el clivaje entre un país que, pese a sus dificultades, tenía un horizonte claro de desarrollo y progreso, y el Chile mediocre en el que hoy vivimos, reflejado en la mediocridad de la coalición que hoy gobierna y que también nace de este momento oscuro.
Que el aniversario de esta fecha, que pasará a los registros fatídicos de nuestra historia, nos sirva de lección para no volver a caer en la trampa de la violencia, y en la elección de gobernantes que —por mucho que hoy lo desconozcan— la avalaron, apoyaron e indultaron.