En 1813 se publica el primer reglamento relativo a la Instrucción Pública de nuestra naciente república. Los legisladores son explícitos en su intención de diferenciarse de los “trescientos años de esclavitud e incultura” que representaba para ellos el periodo colonial. Con esta finalidad se ordena que, en toda ciudad, villa o pueblo de más de cincuenta habitantes, se instaure una escuela de primeras letras, cada una dotada de los materiales necesarios (papel, libros y otros utensilios) para que las familias “con ningún pretesto, ni bajo título alguno, sean gravados con la más pequeña contribución” la ley continua indicando que las escuelas deben ubicarse en lugares cómodos, de fácil acceso y establece una serie de altos requisitos para ejercer el “Majisterio de primeras letras”.
Este documento fue analizado con estudiantes de pedagogía de nuestra universidad, con mucha claridad y precisión, ellos infirieron el objetivo de esta disposición: la nueva república necesitaba que todo su pueblo fuese instruido, para lo cual el dinero no debía ser un impedimento, con esta medida ningún niño o niña del país se vería impedido de acceder a la educación.
Esta misma forma de razonamiento es la base de uno de los sistemas más admirado y replicado hoy en día: el modelo educativo finlandés. Hace algunos años la Ministra de Educación de este país afirmó: “No podemos desperdiciar habilidades de ninguna persona, tenemos que hacer uso de todas las habilidades de toda la población, porque somos un país muy pequeño. Por ende, tenemos que sacar el mejor provecho de cada uno de nuestros ciudadanos”.
Así mismo, nuestra región necesita que todos sus jóvenes desarrollen al máximo sus capacidades, porque no podemos darnos el lujo de desperdiciar a ninguno de ellos y porque cada ciudadano tiene un rol que jugar en la construcción del futuro. Si los ingresos de las instituciones educativas no son reinvertidos en estas mismas instituciones, es decir, si se permite el lucro en la educación, el sistema funciona con menos recursos lo que inevitablemente reduce la calidad de la educación.
Si hoy en día, con el nivel de desarrollo de nuestro país, continuamos desperdiciando talentos producto del lucro, disfrazado de una supuesta falta de recursos económicos, nos alejamos de la visión de los próceres de nuestra república y mantenemos a los ciudadanos en la incultura, que no es sino una forma de esclavitud.
Dra. Gabriela Gómez.
Directora Instituto de Ciencias de la Educación.
Universidad de O’Higgins.