En los pasillos del Cementerio Municipal de San Fernando, un intenso frío que calaba hondo daba la bienvenida a quienes cumplen el rito de celebrar cada 23 de junio la noche de San Juan. Entre ellos estaba el grupo que desafiaba las fuertes heladas invernales para acompañar a Juan Danús Roselló, el irreverente sanfernandino que antes de morir en 1996 exigió a sus amigos y compañeros que ese día le fueran a cantar y recitar poemas a su tumba llena de historia e ironía.
La jornada comenzó a las 21:00 horas, cuando se dirigió hasta las instalaciones sacramentales, donde poetas, pintores, actores, escritores, dueñas de casa, empleados, empresarios y todo aquel que se haya sentido identificado con la labor de aquel San Fernando de antaño, brindaron y saludaron al querido Juan Danús en su propia tumba, a los compases de reconocidos grupos musicales y solistas junto a otros intérpretes que se dieron cita en esta ocasión.
El epitafio en el descanso eterno de Juan Danús ironiza sobre su partida: «Aquí yace el viejo Juan, Nosotros Descansamos». Irreverentes letras que delatan el espíritu impetuoso de Danús, pues no hay otro a quien se le pueda ocurrir que desea recibir visitas en su lecho de muerte de cientos de personas para que le reciten, le canten y le den a beber el fruto de la vid.
Es que la figura de aquel hombre culto y posiblemente avanzado para aquellos años y que entre sus obras legara a San Fernando La Casa de la Cultura, de la cual también fuera su director ad honorem, caló en cada participante en el tétrico lugar elegido.
Su espíritu irónico mortificó las ansias de quedarse en casa y le llevó al más allá de la locura, esa de visitar un campo santo de noche, desafiando el miedo a lo desconocido y teniendo sólo como compañero el buen vino caliente que se constituyó en ese fruto permitido para capear el frío y el nerviosismo por la experiencia vivida.
Sin duda, la mística actividad resultante para algunos puede ser un acto de locura, para otros un saludo a la irreverencia. Aunque no se trate de una tradición popular latina, sino del cumplimiento del deseo del viejo Juan quien lo solicitara en sus continuas tertulias sanjuanezcas, donde en más de una oportunidad le pidiera a quienes les acompañaban en aquella mesa, que no le lloraran ni se apenaran cuando él muriera, al contrario, que le fueran a cantar y a brindar frente a su tumba cada víspera de San Juan.