Como todos los años al finalizar noviembre, empezamos un mes que para muchas personas, se identifica con la fiestas navideñas.
Su significado ha mutado con el tiempo, teniendo un origen netamente religioso, de hecho, específicamente cristiano, el paso del tiempo y los cambios en las costumbres, han convertido a la fecha en algo casi pagano.
Ya no adoramos un Dios único, propio de las perspectivas monoteístas de a lo menos tres religiones importantes, ya que hemos pasado a rendir tributo a otros aspectos, que si bien no son dioses en sí mismos, reciben una especial atención por muchísimas personas.
El consumismo preside sin lugar a dudas este grupo, ya que nos vemos tentados a entregar regalos a nuestros seres queridos, aumentando los gastos del presupuesto familiar hasta hacerlo tambalear.
Afortunadamente el concepto de “amigo secreto”, que gradualmente se impone, evita en parte el desastre económico navideño.
El egoísmo, con tintes de hedonismo, nos lleva a celebrar la fecha encerrados herméticamente en la familia, refugio que permite evadirnos de la realidad y del entorno, sin ver más allá.
Debo dejar constancia que lo anterior, lo hacemos muchas veces inconscientemente, no con el ánimo de olvidarnos del mundo, sino que por el simple hecho de centrarnos en la felicidad de nuestros seres queridos.
Pero, mientras estamos sentados a la mesa navideña disfrutando de la familia, se nos olvida que una parte de la gran familia humana, de la cual también somos parte, está afuera sufriendo los efectos de la guerra, del hambre y de otros muchos males.
Solo a modo de ejemplo, en la actualidad 193 millones de seres humanos sufren de hambre, mientras que otros 50 millones, se encuentran desplazados de sus hogares producto de las guerras en desarrollo en el mundo.
Se perfectamente que no somos en lo individual los llamados a solucionar los problemas mundiales, por cuanto no tenemos la capacidad para ello, pero quizás sí podríamos los que profesamos una religión determinada, cualquiera sea ella y en el supuesto que todas buscan el bien, elevar una oración a las 24 horas del 24 de diciembre, por la paz y la superación del hambre en el mundo. ¿Cómo sabe si ello tiene algún efecto?
Finalmente, dejo expresa constancia que no pretendo con lo dicho amargarle la navidad a nadie, por el contrario, solo dejo constancia que debemos agradecer el poder celebrarla, manteniendo en nuestros corazones su génisis y sentido más profundo, como la simple intención de desear el bien al próximo.
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