Más de 12 mil denuncias en la Superintendencia de Educación, es razón suficiente para concluir y confirmar lo que una buena parte de la población piensa, o al menos pensaba hasta antes de la Pandemia: que las escuelas y sus profesores están a las puertas de la obsolescencia. Ya sea por la sobreexposición mediática de los conflictos, ya sea por el constante cuestionamiento a sus metodologías, la escuela se había convertido en una desastrosa caricatura de la pedagogía, y los profesores en la cara visible del verdugo que no deja vivir en paz y feliz a sus pobres víctimas, una suerte de enanos envidiosos e incompetentes, cuyo único propósito en la vida parecía ser terminar con la creatividad y auto realización de sus alumnos.
Pero de pronto nos encontramos con familias y estudiantes deseosos de volver a la escuela, apenas lleguen a su fin los días de confinamiento y contagio. Hastiados de tanta pantalla y clases virtuales, anhelan el tiempo de la rutina escolar, casi con la misma fuerza que hasta hace poco detestaban. ¿Qué pasó entonces? ¿No es acaso esta nostalgia por lo presencial—real una añoranza paradójica develada por el Covid-19?
De paradójico nada, pero de resignificación, mucho. Es normal que en medio de la pandemia, las personas queramos «recuperar la vida» que teníamos antes del encierro y las restricciones. Pero en relación con la escuela se de da algo mucho más profundo y complejo que eso. Como si se tratase de una ironía sanitaria, el virus ha quitado la mascarilla a la educación chilena. Y hemos visto un rostro de escuelas y profesores que la caricatura había deformado. Nos dimos cuenta que la escuela es más que la enseñanza formal, con sus conflictos, protocolos, horarios, Simce, presión por el futuro o reuniones. Esto es la deformación de la escuela, a lo que ha contribuido en buena parte el aumento de exigencias legalistas y el afán de controlarlo y medirlo todo.
La escuela —y sus profesores— es ante todo «territorio educativo», es decir, el lugar donde aprendemos lo que trasciende el curriculum prescrito, y gozamos el asombro toda vez que nos asomamos a la verdad; es el lugar de las relaciones proxémicas y multi direccionales, con profesores y amigos; donde avanzamos desde el tiempo cronológico hasta el lúdico. En ese espacio y tiempo que es la escuela, hay lugar para el encuentro con otros, en la contención, el diálogo y la escucha. Era necesario un virus para recordarnos que la casa no es una escuela, y que las clases en línea no sustituyen la humanidad del profesor, ni el afecto de los amigos.