Un lugar subió Chile en el Índice de Competitividad Global (ICG), ubicándose en el puesto 33. De esta forma, el país continúa como líder en Latinoamérica, y es la quinta nación más competitiva entre los países emergentes.
Además, Chile se encuentra bien posicionado en estabilidad macroeconómica, mercado de productos, y sistema financiero.
Informe que fue valorado desde el gobierno, asumiendo que se debe seguir avanzando. El ministro de Hacienda, Felipe Larraín, destacó que «Chile es la economía más competitiva de América Latina, pero eso no debe dejarnos completamente satisfechos, porque aún hay 32 países en el mundo que superan a Chile”.
Y eso se debe a que el reporte ICG reveló que aún estamos al debe en algunos aspectos: El informe reveló que la mayor debilidad del país está en la innovación y adopción de Tecnología de Información (TICs).
Conocidos estos antecedentes, vale preguntarse si como país hemos abordado de manera adecuada el desafío que implica la innovación. Y en este sentido, no toda la responsabilidad se la debe llevar el Estado, llamado a impulsar políticas públicas que vayan en esa dirección, por ejemplo, con mayores recursos destinados a investigación y desarrollo; sino que también debemos preguntarnos cuál ha sido el aporte de otros sectores, como las empresas privadas o universidades, actores claves para impulsar esta materia.
En un mundo globalizado, donde la competencia es cada vez mayor; y que cambia constantemente, obliga a las organizaciones a no quedarse atrás. Es clave conocer experiencias exitosas y quizás adaptar realidades de otros países a las organizaciones locales, pero además debe existir un compromiso estatal y privado, fomentando alianzas que permitan aumentar recursos que se destinan a investigación y desarrollo. Entendiendo que a la postre todos los esfuerzos que apunten a innovación tendrán un efecto positivo en la productividad y crecimiento.
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