Equivocada o no la Izquierda marxista tiene una cierta épica, las condiciones de vida y laborales de los obreros, campesinos, y otros trabajadores “asalariados”, han sido siempre duras, y en décadas pasadas, mucho peores que las actuales. El marxismo fue construyendo una respuesta ante esa realidad, una estrategia y diferentes tácticas, así como una dialéctica.
La estética, el arte y el discurso de Izquierda se basaba en la esperanza de mejorar esas condiciones, aquel obrero cuya vida era eterna en los cinco minutos que compartía con su amada entre turnos fabriles, soñaba además con una justicia que no encontraba más allá de la poesía y el amor.
Ciertamente, la democracia y sus valores liberales no forman parte de esa épica reivindicación, y son un mero instrumento eventual y alternativo, un paso táctico dentro de una estrategia más amplia y compleja para conseguir los fines superiores anhelados.
Esta construcción, por tanto, se basa en potentes palancas emocionales y racionales fuertemente arraigadas en la realidad diaria, palpable y colectiva, sin embargo, nuevas generaciones de Izquierdas, acuñando líquidos o hasta nebulosos conceptos como el progresismo, han ido construyendo un discurso individualista, que coquetea incluso con un liberalismo distorsionado, que difícilmente puede convivir pacíficamente con la dialéctica marxista, aunque le rinde un nostálgico e irresponsable culto a aquella “vieja guardia revolucionaria”, tal como quedó demostrado con el octubrismo.
Esa nueva Izquierda, más cercana a las boutiques que a las fabricas es incomprensible para el comunista de base, aquel dirigente poblacional o sindical acostumbrado a la lógica de la lucha por justicia que ve ajenas y superfluas las banderas del ambientalismo idílico, del animalismo descontextualizado, el veganismo, un largo etcétera y un discurso políticamente correcto o simplemente “woke” que impone prioridades como la llamada ideología de género, mientras las personas se sienten inseguras o están desempleadas…
El marxismo defiende, por tanto, los proyectos que se mantienen fieles a la épica original, subordinando valores e intereses burgueses (como la democracia o los Derechos Humanos) a la reivindicación de un ya difuso proletariado, por la que valen la pena no sólo los sacrificios, sino también el uso de la fuerza.
Unos no son demócratas y otros aún no lo demuestran, y esa diferencia puede llegar a ser insuperable, pero la dicotomía indisimulable es que unos siguen hablándole a las fábricas (que simplemente ya no son las mismas) y otros a las boutiques (que no son la realidad y están lejos de las prioridades de los chilenos).