Ejercer la función pública requiere asumir un inquebrantable compromiso con los valores democráticos que inspiran nuestra institucionalidad, y eso incluye, entender como parte fundamental de la democracia, la libertad de expresión, entender el rol que debe cumplir la prensa en una sociedad, y la trascendencia de que su libertad sea respetada y garantizada.
Para quienes han llegado a ejercer importantes responsabilidades de Estado o de Gobierno, por voluntad popular, el compromiso forma parte de la génesis de su cargo. Al ser ungidos por las urnas, tienen un lazo con la comunidad que da vida a la democracia representativa, son la expresión concreta de la soberanía del pueblo que los ha elegido, están en deuda con esa comunidad, que merece ser informada de todas sus acciones en el ejercicio del mandato encomendado, tal como lo fue en el periodo de campaña.
El escrutinio público de la labor de Estado y gobierno es un elemento de la esencia de su ejercicio, y quien no lo entienda así, simplemente no entiende la tarea que desarrolla ni la responsabilidad que ha asumido. Sin embargo, se ha ido construyendo un peligroso relato que justifica las limitaciones a la libertad de prensa que se basa en un muy frágil compromiso con los valores democráticos.
En nuestro país, se construye una nueva sociedad, una en que los medios de prensa son casi innecesarios, y se busca crear un sistema estatal, a nivel nacional, pero también regional, e incluso en algunas comunas… una sociedad en la que la autoridad debe ser “informada con anterioridad” respecto a lo que los medios van a publicar ¿para qué?, ¿para impedirlo?, una sociedad en que la prensa debe incomodar al poder, siempre y cuando éste lo ejerzan otros.
En este nuevo orden, las opiniones discordantes no son aceptables y un reportaje audiovisual que simplemente hace eco de un informe final de la contraloría general de la república, por ejemplo, debe ser proscrito… prohibida su difusión e incluso “destruido”.
El nuevo Chile en el que algunos pretenden que vivamos se asemeja a una sociedad totalitaria y con un culto a la personalidad de sus ¿líderes? digno de una revolución asiática, en la que quien ejerce la potestad pública (la palabra autoridad se resiste a ser aplicable), pretende determinar qué podemos ver y qué no, y qué puede y qué no puede publicar la prensa, un nuevo Chile, un Chile del Norte.