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Columnas de Opinión

Perros en Litueche, basuras en las islas del Cachapoal

MIÉRCOLES, 19 DE DICIEMBRE DE 2018
Publicado por

Columna de Opinión



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Reflexiono lo que veo: Hay quienes, entre nosotros, abandonan sus perros en los caminos solitarios del secano y hay quienes botan sus basuras en las islas de los ríos.

Esos gestos flaitescos de nuevos pudientes, con auto y consumo, son más graves que unas simples señas de una crianza mal hecha. Son, en cambio, signos de una sociedad, la nuestra, que así los cría como sus modelos: es la sociedad la mal dicha, pues nace con el principio del todo vale según mejor convenga a cada quien, en la lucha sin cuartel entre todos contra todos, sin remordimientos ni consideraciones o debilidades.

Por ejemplo, sin temblar el alma al expulsar forzada y descarnadamente, hasta el odio – ¿si no cómo? –  a la bestia aquella. Mismo gesto del que lleva sus restos de refrigeradores todavía blanco-brillantes como para boda, o la fiesta perpetua del consumo, y los deja tirados, arrumbándose entre medio de chucherías diversas, en una turba de marcas y diseños que sobreviven, hasta con luces, a la descomposición de lo poco de cosa que alguna vez sirvió para algo.

Sorprende la grosería sucia en miedo de un discurso cuasi totalitario de lo impoluto. Acaso esos mismos que no trepidan en ensuciar sean de los más cuidados en el brillo de sus zapatos, o de lo más vigilantes del vestir en forma de los demás.

En los perros abandonados que asolan las ovejas del secano, y el furtivo ensuciador de las cuencas, aparece una misma traza social, una misma pauta que no nace sola ni menos aún viniera en lo natural. Es una sociedad que no sabe dónde contenerse: ya no está Dios para ordenarlo todo, ni el patrón del fundo, y la ciudad que íbamos a construir –esa, la del sujeto nuevo, racional, libre, y por eso cívico, respetuoso- la desfondaron sabemos cómo y en su lugar dejaron al individuo en el aire, como guerreando, a sus fuerzas.

Quien bota el perro o ensucia el río es el individuo hostil, incoherente y precario de esta época, irrespetuoso pues el mismo ha de faltarse su propia consideración o dignidad, negado y forzado a rendir y gastarse, optimizándo/se.

Su grosería no deja de ser racional, según dicta la ley del tiempo, pues son los modos más económicos y eficientes de deshacerse, respectivamente, ya de un animal que ha perdido el cariño o bien de un refrigerador que ha perdido el glamour.

Y así dice, con la razón oscura de su parte, quien hace así:

¿Qué miras?, ¿quién puede juzgarme?

Manuel Canales

Director Instituto de Ciencias Sociales

Universidad de O’Higgins


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