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Columnas de Opinión

Una chicharra cantando

MARTES, 16 DE ENERO DE 2018
Publicado por

Columna de Opinión



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Por vez primera después de años escuché hoy el sonido o canto de una chicharra, o cigarra, como también se le conoce. Solo el macho hace el reiterado ruido como un martilleo.

Lo novedoso o insólito fue oír al insecto hemíptero en plena urbe, justo en el inicio de la estación estival. Los ejemplares adultos solo viven un verano.

Seguramente el alado visitante tuvo la suerte de escapar de la criminal lluvia de los llamados plaguicidas que de costumbre se deja caer en los predios agrícolas de la región central de Chile. O tal vez él mismo ha desarrollado algún mecanismo o sistema de resistencia ante tan devastadora agresión.

Los productos químicos que se utilizan en la agricultura, como se sabe, no solo afectan la vida de innumerables especies de insectos hasta su total extinción, sino que también son agresivos contra la vida humana. Las llamadas malformaciones congénitas tan lesivas para los trabajadores de los predios agrícolas son una cruel realidad por la masiva aplicación de los mencionados productos.

Recuerdo que en nuestra infancia en los campos de Colchagua solíamos oír cada día a estos señalados visitantes con sus característicos sonidos. Cuando callaban hacíamos sonar de forma lúdica imitando su ritmo, nuestras palmas para que continuaran con su canto.

Se dice por autorizados estudios científicos que en las últimas décadas en el mundo han desaparecido para siempre millones de especies como la chicharra, también vegetales, muchos de cuyos nombres ni siquiera fueron conocidos. Hoy habría que premiar a quien logre hallar un palote en alguna rama.

Durante un tiempo se ha hablado de la famosa ‘docena maldita’ referida a un conjunto de plaguicidas usados en predios agrícolas de diversas latitudes. Por los muy nocivos, letales componentes de esa colección química varios han sido prohibidos de aplicarse debido a los manifiestos daños que han causado y provocan a la vida humana. Lamentablemente muchos de esos productos continúan su devastadora acción en los llamados países de este Tercer Mundo, no así en predios de las naciones desarrolladas.

Es muy posible como también se indica, que los frutos, vegetales y otros productos de la cadena alimenticia que consume esta Humanidad contengan residuos de aquellos plaguicidas, sin dejar de mencionar también las patológicas consecuencias por la abierta manipulación e intervención genética que se hace en toda la gama de alimentos de origen vegetal y animal.

Hace ya tiempo, en 1855, aquel histórico ecologista que fue el Jefe indio Seattle nos dejó su bella carta, en verdad un poema en prosa, un manifiesto por la vida dirigido al entonces presidente de los Estados Unidos, quien ofrecía comprar las tierras de la tribu de los Suwamish. El mencionado jefe contestó: » Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y se tomará nuestras tierras (…) ¿Cómo podéis comprar o vender el color del cielo, el color de la tierra ? (…) No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua (…) La tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra «.

Carlos Poblete Ávila
Profesor de Estado


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