PUBLICIDAD
Columnas de Opinión

Para saber y contar CLXXXV: El Cristo de la hacienda

MIÉRCOLES, 18 DE OCTUBRE DE 2017
Publicado por

Columna de Opinión



PUBLICIDAD

En estos días en que la dulce primavera se asoma y nos hace sentir tan gratos, reinicié mis caminatas domingueras con una visita a mi amigo secreto, el Cristo de la Hacienda.

Se hace menos cómodo y menos agradable recorrer el Camino del Cristo, lo que me apesaró mientras avanzaba hacia mi amigo. Basurales hediondos se han acumulado por doquier, la sucia gente arroja sus basuras a la calle. Alguna acequia, que nadie controla, inunda el camino llenándolo de pozas y destruyéndolo, porque en su mayor parte es de tierra, y genera la incómoda situación de saltar esas pozas y eludir que los muchos autos que ahora circulan allí, te arrojen el agua y el barro sin contemplación alguna. Se agregó el aullido exasperante de numerosas motocicletas que iban hacia Nogales, seguramente a competir, con su tubo de escape escandaloso. ¡Qué lejana la bucólica imagen de un camino tranquilo, limpio y silencioso!

Llegué hasta el recinto de mi amigo, y pude comprobar que su alrededor está lleno de casas recién construidas, desapareció la amplitud del campo que lo rodeaba, la ciudad llegó y se quedó a su vera.

Como siempre, alegra ver la fe silenciosa de un pueblo invisible, que pone placas de agradecimiento, que deja flores, que manifiesta de mil maneras su amor y su gratitud para con el Carpintero. Arden las velas que reflejan la fe. Aun se respira paz, aunque ya no el silencio de antaño.

Me comenta, como siempre, sus cuitas. Está escandalizado que para que venga a Chile el Papa, su subordinado, se deban reunir cuatro mil millones de pesos, para gastarlos en unos escasos días. Me recuerda que él recorrió Palestina a pie, comiendo sobriamente, conversando con la gente, sin boato. Trabajó de carpintero y estuvo con los pescadores de Galilea. A Jerusalén entró en un burro. Cómo, me dice afligido, ahora en mi nombre, con tantos millones de necesitados, se gasta esa enorme suma solo para una visita protocolar. Se olvidan de mis pobres. Le cuento que en el Vaticano hay una fastuosa colección de obras de arte y de lujosas instalaciones, que pomposos guardias cierran el acceso, y que sus cardenales visten ropas de seda. Mueve su cabeza en señal de desaprobación y su voz quejosa resuena en mi alma. Sin decírselo, para no ofenderlo, pienso que si mi amigo llegara al Vaticano, vestido con sus modestas indumentarias de carpintero, le darían con las puertas en las narices, siendo el Jefe, el Fundador. Me lo callo para no entristecerlo más.

Mario Barrientos Ossa.

Abogado.

Magíster en Derecho U. de Chile.


PUBLICIDAD
Comentarios

Cargando...
PUBLICIDAD
Loading...