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Columnas de Opinión

Para saber y contar CLX: Soledad

MIÉRCOLES, 22 DE MARZO DE 2017
Publicado por

Columna de Opinión



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En esta ocasión no me voy a referir a ninguna encantadora mujer que lleve este nombre, no. Olvidaré la anécdota aquella que nos cuenta que el Obispo de la diócesis respectiva fue a visitar una lejana parroquia, muy aislada, y fue recibido por el sacerdote, en una austera residencia. El Obispo, enternecido ante esa digna pobreza, le preguntó cómo vivía allí y la respuesta fue: “Señor Obispo, con mi vinito y mi soledad paso mis días sirviendo al Señor”. Por demostrarle simpatía, el señor Obispo le dijo entonces que mucho le gustaría compartir con él una copa de su vino. Agradado, el digno sacerdote gritó hacia el interior de la modesta vivienda: “Soledad, tráele una copa de vino al señor Obispo”.

Amigas lectoras, amigos lectores, hoy quiero recordarles que solos vinimos a este mundo, y solo nos iremos de él. No pedimos venir, nos trajeron, y por ley del universo, debemos irnos, y por supuesto, no podemos incorporar a nadie al cajón ni al sepulcro al cual vayamos.

Nuestra memoria guarda infinitos rostros de hombres y mujeres, de niños y ancianos, que hemos visto y conocido a lo largo de nuestra vida, cuyos nombres ya no recordamos y cuyas características quedaron en el olvido. De pronto, se nos asoman, los vemos, envelados por la pátina del tiempo y ya no nos dicen nada.

Subimos al Metrotrén, al bus, al taxi colectivo, y nos rodean personas que no sabemos quiénes son, cada uno de ellos en lo suyo, jugando con sus teléfonos, aislados unos de otros, cada cual en su soledad. El saludo murió. La voz humana va camino a desaparecer.

Recordamos el matrimonio al cual fuimos el fin de semana, una elegante iglesia, una cena y fiesta finísima, muchos, pero muchos rostros desconocidos, ausentes unos de otros, cero amabilidad. Cada cual, con su soledad y con su copa de vino, como en la anécdota.

Por donde vamos, nos rodean rostros desconocidos, muchos mal agestados, todos de prisa, mirando sus teléfonos. Vivimos la soledad entre muchos, son tan pocos los que forman real parte de nuestra vida.

E incluso, en este reducido grupo, se producen escisiones. Llegamos al hogar familiar, y ya no existe la mesa que nos reunía a todos, como antaño. Unos ven televisión en la sala, otros comen en su dormitorio con su inseparable teléfono, las parejas no hablan, están mudas, terminan separándose sin haberse conocido a fondo. No conversan, pero responden sagradamente sus mensajes y ríen bobamente con los memes. Nos dicen que los equipos de fútbol fracasan, porque los jugadores no comparten como antes, se ha perdido el sentido de grupo, cada cual con su celular.

La soledad es, entonces, nuestro alimento diario y debemos acostumbrarnos a ella, a paladearla. Recuerdo con fuerza la frase estampada en el frontis del Palazzo Massimo, en Roma: “La soledad es al alma lo que el alimento es al cuerpo”.

Termino mis reflexiones: me parece curioso que tanto se proteste contra el sistema liberal, si vivimos cada uno en su fuero interno, ajenos a lo colectivo. Buena paradoja.

 

Mario Barrientos Ossa

Abogado

Magister en Derecho U. de Chile


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