Alejandra Bravo se llevó todas las críticas. No hubo sector político que no tuviera una palabra de reproche a sus dichos en relación a la homosexualidad. “Por qué nosotros tenemos que ceder en entregarles todo, por qué tendría que convertirse la sociedad homosexual y dejar de ser heterosexual si nosotros ganamos el espacio», dijo en el portal El Dínamo.
No es nuevo que realice polémicos comentarios, lo que ha sido la característica principal desde que asumió la vocería de Chile Vamos. Ha criticado duramente a la presidenta Michelle Bachelet en medio de la polémica por el caso Caval («Presidenta no llore tanto, mejor pídale a su hijo que devuelva el dinero», dijo Bravo) y hace poco fue duramente criticada por relacionar los incendios forestales con la aprobación del aborto terapéutico: «Se aprueba la despenalización del aborto. #EsAbortoLibre con los votos de la DC. Al mismo tiempo Chile en llamas.. quizás no es coincidencia», comentó en redes sociales.
Chile hoy transita en pleno siglo XXI en la búsqueda de una madurez política y social. Atrás quedaron años de dictadura, donde no se podía hablar públicamente de una serie de temas, pero hoy –en esta (imperfecta para algunos) consolidación de la democracia- las nuevas generaciones han puesto en la mesa del debate -obligando a discutir en sociedad- especialmente aquellos temas de carácter valórico, como el aborto terapéutico, el matrimonio homosexual y la adopción de parejas del mismo sexo.
La madurez que pueda alcanzar un país se traduce en gran parte a que la tolerancia sea uno de los pilares de la sociedad: no imponer, darnos el tiempo para debatir, escuchar otras posturas y puntos de vista, con un discurso más inclusivo.
Comentarios como el de Alejandra Bravo van en la dirección contraria, y eso es lo preocupante. Porque las señales que debe dar el mundo político es efectivamente otra: de estar abiertos al dialogo y ayudar a construir una sociedad donde todos tengan cabida.
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