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Columnas de Opinión

Para saber y contar

MIÉRCOLES, 29 DE JUNIO DE 2016
Publicado por

Columna de Opinión



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Estamos en junio, el viento pellizca, y me cobijo en mi abrigo, confeccionado de gruesas telas de la estación. ¡Tiemblo!, claro, pero no solo por el invierno, sino porque voy entrando a nuestra amada Universidad, a rendir mi examen de grado.

Me acompañan varios amigos, el contrato de claque siempre funciona, y mi joven y hermosa novia, que luce un elegante abrigo rojo. Ella, tan nerviosa como yo, no se atreve a entrar, dice que me esperará afuera del Aula Magna, que está repleta, pues los exámenes son públicos, y no soy el único, otros están citados para el mismo día.

Como entre sueños, escucho mi nombre, subo al proscenio, me siento frente a la honorable comisión examinadora, formada por tres brillantes maestros del Derecho. Tras de mí, docenas de estudiantes y sus amigos y condiscípulos, entre ellos los míos, llenan el hemiciclo. Curiosamente, me despejo, estoy fresco, los nervios se han ido, sonrío, desarrollo mi cédula sobre Derecho Internacional con extraña soltura y erudición, contesto luego las preguntas de fondo, con entera propiedad, casi con pedantería. Pasamos a la parte de Derecho Civil, y continúo en racha. El murmullo de aprobación del auditorio me llega, me impulsa. La comisión está agradada, veo sus rostros satisfechos. ¡Al fin un alumno aprovechado! Comienzo a paladear mis tres coloradas, la meta soñada.

Mas, en ese momento estelar, el presidente de la comisión, un brillante civilista, nunca he sabido si con la intención de darme la oportunidad de lucimiento, o por achacar a este egresado pedante, al terminar de desarrollar un tema civil, intrincado, denso, que he cubierto con soltura y seguridad, me pregunta con sonrisa incógnita qué ha dicho la jurisprudencia italiana acerca del mismo tópico.

Vencido, inclino la cerviz y contesto con la verdad: “No conozco la jurisprudencia italiana recaída en este tema, señor”.

El examen termina, la comisión discute, siento que dos de los tres maestros están conmigo, pero el preguntón predomina. Se me otorgan dos coloradas, y con la misma sonrisa incógnita, el presidente las justifica diciendo que no recibo la tercera, por no conocer la jurisprudencia italiana…

Salgo entre aplausos cariñosos, mis amigos y condiscípulos se aprietan como racimo conmigo para felicitarme, pero estoy triste, considero injusto que me hayan negado mi tercera colorada, la merecía. Así se los digo, con voz entrecortada, desencantado.

Entonces, uno de ellos, riendo, me dice: “Deja de quejarte, hombre, que aquí viene tu tercera colorada”. Y veo a mi hermosa novia, radiante, orgullosa, con su rojo y elegante abrigo, apretándose a mi cuello y dándome uno de los abrazos más lindos que he recibido en mi vida.

Mario Barrientos Ossa

Abogado

Magister U. de Chile


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