Esta noche es Nochebuena. Volvemos al cada vez más lejano pasado, y con nostalgia recordamos el tradicional pesebre chileno que se armaba en los hogares, con las figuras de Jesús, María, José, los pastores y los Reyes Magos, junto a los dulces animalitos que acompañaron al recién nacido, cobijándolo en las frías noches de Belén.
Al pie de ese pesebre se depositaban los regalos navideños, solo para los niños, ausente aun esta farándula de millonarios gastos en infinitos regalos en que nos envolvemos todos.
Los mayores se reunían a cenar en la medianoche, mientras los niños nos acostábamos a dormir y a esperar que al día siguiente, en la madrugada decorada de cantos de gallos y trinar de avecicas, pudiéramos encontrar nuestros obsequios, naturalmente enviados por el Niño Dios, y reunirnos en las calles y plazas, a horas extrañamente tempranas, a compartir la alegría de los juguetes nuevos.
La vida ha descrito un círculo mágico, y hoy, quienes entonces éramos los niños, que espiábamos los paquetes intentando adivinar su contenido, y veíamos a nuestros padres y demás mayores como ancianos, hoy nosotros somos espiados por los niños, y se nos ve como esos mismos ancianos que contemplábamos nosotros. Hoy somos ellos.
Los viejos se nos fueron, están en el Más Allá, y ¡por Dios que sentimos pena y nostalgia de no tenerlos a nuestro lado, mientras cantan las campanas y los villancicos nos enternecen el alma!
En la cena de esta Nochebuena sus voces no resonarán, alegres y sabias, en la gran mesa familiar, sus rostros tan amados ya no estarán a nuestra vista, ya no tomaré con mi viejo esos vasos de ponche en culén que paladeábamos silenciosamente, mirándonos con cariño, en el porche de la casona familiar, sentados en confortables sillones de mimbre, ni sentiré el sabor celestial de ese cola de mono que preparaba mi Dinita, con mano de monja. Para probarlo de nuevo, debería subir al cielo, donde ahora vive, y eso me está vedado.
Pero, no me cabe duda alguna que sus sombras benditas estarán presentes, yo sé que miraré hacia el rincón más oscuro de la habitación, o a través de las ventanas que dan al penumbroso patio, y percibiré sus figuras delineadas discretamente, sonrientes, tomadas de la mano, como siempre, curiosas de ver qué sucede hoy con esta larga familia que crearon, y con gesto cómplice, brindaré en silencio con ellos, como antaño, porque estén en paz, con mi corazón lleno de gratitud por todo lo que nos dieron.
En esta Navidad nuestro anhelo es que la estrella de Belén nos guíe hacia la paz y la hermandad, y que en vez de llenarnos de tantas cosas materiales, muchas prescindibles, regalemos trozos de alma, pequeños diamantes de Dios, que es lo más íntimo y nuestro que podemos entregar a quienes queremos.
Es un tiempo bendito, en que debemos privilegiar a la familia, a los niños, a compartir tan gratas horas de modo relajado, sin someternos a torpes obligaciones que nos alejan de lo verdaderamente navideño.
Deseo para todos mis lectores una muy Feliz Navidad, anhelo que en cada corazón asomen las buenas vibras, y que estas nobles y buenas intenciones no se esfumen apenas el sol aleje la Nochebuena: que dure todo el año, lo que haría nuestra vida y nuestro mundo mucho mejor que el que ahora compartimos.
¡Feliz Navidad!
Mario Barrientos Ossa.
Abogado.
Magister en Derecho U. de Ch.