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Columnas de Opinión

El viaje de los periodistas del Chile rural

JUEVES, 11 DE SEPTIEMBRE DE 2014
Publicado por

Equipo de Corresponsales



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La muerte  a veces es terrible, cuando es repentina, cuando nos corta de cuajo la vitalidad encarnada, cuando las familias y los amigos lloramos, cuando los que se fueron de viaje son irremplazables, cuando mueren en los caminos de su misión….Enrique «Yaiman» Valenzuela y Edmundo Sepúlveda  fueron héroes del Chile profundo, del que se niega a morir a pesar del desprecio, ellos construyeron un reino comunicacional en la comaca rural, fueron costinos y colchaguinos, amaron las domaduras de Machalí y Toquihua, la liebrada de Marchuigue y los pejerrejes de Las Cabras, las ranas de Requegua y las picadas de Santa Cruz, los mariscales de La Boca y el «choro al alicate», el mismo con el que conocí a Yaiman en 1992 en un patio interior de Rancagua, por calle Bueras, a donde llegó como siempre sonriendo don Edmundo Sepúlveda….
El Misterio de la Vida y la Muerte nos sorprende, comunicar es compartir, y Enrique y Edmundo nos comunicaron los que sus ojos y oídos recopilaron con placer, alfareros de la lírica campesina, del adobe y la paya, del chacolí de Doñihue y en las salinas de Lo Valdivia…La capital del mundo era para ellos «Rosario Lo Solís » (Litueche), el mejor museo del mundo es el «Del Niño Rural», el silencio que estremece está en la costa desconocida, entre Panilonco y Tanumé, donde pocos han llegado, donde Enrique y Edmundo sintieron la brisa en medio de los boldos costinos.
Ellos fueron cronistas de las vidas invisibles, fueron obreros de la comunicación, como Pablo de Rockha vendiendo sus libros de poemas en el tren al sur. Yaiman una vez, al inicio de su diario, entrevistaba, sacaba las fotos, diseñaba un aviso, conseguía algo de financiamiento…y volvía como suplementero a dejar los 50 ejemplares de su diario fiel, ensanchador de miradas, pluralizador de voces, con su estirpe de huaso con espuelas, arriando a los animales escépticos que abundaron como maleza en los campos de la comarca.
¿Qué los distrajo en la ruta? ¿Escucharon el pitear del tren excursionista a Pichilemu que nos robaron el 84? ¿Dudaron en devolverse a los patios de las casonas de Palmilla? ¿ Acaso ensoñaron con los arrozales y las fiestas de cantores populares en la vieja estación de Colchagua? ¿Se imaginaron siendo niños en el viejo castillo de Lihuimo en Peralillo?
Les admiramos, les recordaremos, les seguiremos leyendo, por siempre…se nos fueron de viaje por una ruta campesina, al corazón de su reino de la sencillez, la solidaridad y los trigales donde el sol juguetea.
Esteban Valenzuela Van Treek

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