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Columnas de Opinión

El Bicentenario de los letreros

MARTES, 30 DE SEPTIEMBRE DE 2014
Publicado por

Columna de Opinión



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Si el centenario  de la conmemoración de la Batalla de Rancagua – otra derrota anclada en la falta de cohesión en el bando patriota – la discusión estuvo centrada en el levantamiento de la estatua de O’Higgins en la plaza de los Héroes que generó una tremenda multiplicidad de actos y homenajes y abrió la discusión sobre el rescate de las banderas negras que fueron levantadas aquel día (“las sagradas reliquias que fueron estrellas que guiaron a los héroes en la Batalla de Octubre de 1814”) exhibidas por Vicuña Mackenna en 1872, con motivo del levantamiento de la estatua del libertador en la Alameda de Las Delicias. Si el sesquicentenario, estuvo  cruzado, por la realización previa del Mundial de fútbol, y luego, por el conjunto de obras que permitieron “el salto prodigioso” del que dejó testimonio el gran Nicolás Díaz, y que posibilitó la segunda modernización de la ciudad: hospital de Rancagua, construcción de los nuevos tribunales de justicia, de establecimientos educacionales, por medio del proyecto de ley “Para celebrar el Sesquicentenario de la batalla de Rancagua” y que se coronó con la visita del ilustre Charles de Gaulle a “la histórica ciudad” (Benito Limardo). Nicolás Díaz, aún conserva en su casa la carta de agradecimiento de Frei Montalva, por la celebración de dicho acontecimiento.

Y es que, a pesar de la parafernalia que desde hace años prolifera en torno dicha conmemoración (creación de comisiones, proyectos, ideas, etc.), lo cierto es que el Bicentenario es más bien un testimonio fiel del discurso políticamente correcto de quienes aún se identifican solo con ese hecho  como patrimonio simbólico de la ciudad, versus, como es sabido, aquellos que creemos que hay otros hitos  – el rico movimiento minero, el propio mundial de fútbol de 1962, la nacionalización del cobre celebrada por el presidente Allende en la ciudad, o el inicio del movimiento de protesta en 1983 que encabezó Rodolfo Seguel y que seis años más tarde acabó con la dictadura –, más modernos, pacíficos y contemporáneos en los cuales la ciudad podría reconocerse. Y es que, en su propia lógica, no se entiende la pobreza de la conmemoración que, más allá de la construcción del teatro regional (que abarca la aspiración de varias generaciones de ediles), y la remodelación del Estadio El Teniente (cuyos dineros estaban ya disponible desde la anterior administración de Michelle Bachelet y que se perdieron, a raíz del terremoto de 2010, más bien por incompetencia del alcalde actual), no explican la pobreza de la celebración dado el discurso oficial de la elite rancagüina sobre ese episodio. Pues a diferencia del Centenario o del Sesquicentenario, la conmemoración de los 200 años, aún para quienes, se reconocen en ese hecho, resultará bastante pobre, en una ciudad acosada por la contaminación, por los problemas de desestructuración en su crecimiento, con vías colapsadas, con serias dificultades de violencia urbana y tráfico de drogas. Peor aún, una urbe cuyos nuevos habitantes (la inmensa mayoría), no logra identificarse con ella. Eso explica su suciedad y pintarrajeado permanente.

En ese débil panorama, solo queda rescatar del Bicentenario, los letreros que hoy, por hoy, no solo pululan, sino que definen como antaño lo hicieron las antenas, a Rancagua. En particular aquellos que, levantados por el propio municipio señalan que “cumplimos”. Si, por cierto, con llenar la ciudad de letreros y avisos. Es Rancagua, como alguna vez lo dijo un poeta, “un puerto, sin mar y sin orillas, junto a una montaña de cobre, lugar de paso, adonde los hombres llegan, viven un tiempo en cualquiera forma, y se van”. ¡Feliz Bicentenario!

Edison Ortiz


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