Desde temprano O’Higgins avisaba que llegaba con hambre de gloria a esta final. A los 3 minutos, el delantero celeste Pablo Calandria inquietaba a la valla cruzada.
Un partido de dominio alternado en la primera media hora, algo impreciso pero con esporádicas llegadas de lado y lado. Los mejores momentos de la UC en la primera mitad estuvieron entre los 22’ y los 28’, con sucesivas llegadas a la meta de un seguro Paulo Garcés. Pero a los 34’ se cobra un tiro libre para el Capo. Yerson Opazo levantó desde la derecha y encontró la presencia de Pablo Hernández, quien apareció desmarcado y mandó la pelota dentro del arco, desatando el carnaval en el sector sur del Estadio Nacional.
A los 42′, un sobre revolucionado Tomás Costa cortó con una patada la salida del celeste Hernández y se ganó amarilla. Sobre el final de la primera mitad, Francisco Pizarro reemplazó a Luis Pedro Figueroa en O’Higgins, quien se retiró lesionado.
El amanecer de la segunda mitad mostró a una Católica presionando con todo para buscar el empate. Jadue, Ríos y Costa disparando sobre la portería pero sin precisión. A los 56’, José Luis “Ribery” Muñoz reemplazó a Michael Ríos en Católica y de inmediato inquietó el arco celeste.
El encuentro se tornaba intenso y O’Higgins, de a poco, retrasaba sus líneas, pero la UC atacaba sin terminar bien las jugadas. Por el lado de los rancagüinos, Barriga se generó un par de claras ocasiones pero no pudo ante los achiques de Toselli.
A los 69′, el técnico cruzado Martín Lasarte intentó con la variante de Nicolás Castillo por Tomás Costa, pero el atacante sucumbió ante la aplicada zaga celeste.
En los últimos diez minutos, O’Higgins le cerró todas las puertas a una UC carente de ideas, que empujaba con más desesperación que con claridad futbolística.
Así quedó demostrado debido a los sucesivos encontrones con jugadores celestes, donde el arquero Garcés fue el más buscado. De hecho, se ganó amarilla al igual que Alfonso Parot.
Sobre el final, O’Higgins demostró ser un equipo maduro, con buen manejo del partido, enfriando cuando había que hacerlo y presionando cuando era necesario.
Pitazo final y la gran fiesta era del Capo, por primera vez en la historia bajaba una estrella del cielo y sus hinchas sufridos lo celebraron con todo, como tiene que ser. La copa, la vuelta olímpica y la emoción del cuerpo técnico y los jugadores pusieron el sello de la noche en Ñuñoa. O’Higgins, por su regularidad, por su carácter y buen juego, es el merecido campeón.
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